Tiempo atrás una docente me planteó que uno de mis hijos “no tiene respeto por la autoridad”, no porque fuera indisciplinado en el aula o fuera descortés al dirigirse a ella, sino porque hacía muchas preguntas y defendía puntos de vista contrarios a los que afirmaba la docente. Confieso que el comentario me preocupó.
El comentario se dio en el marco de la asignatura Lengua Castellana de primer año del secundario (de Provincia de Buenos Aires, equivalente a 7mo grado de Capital Federal, con alumnos de 12 años de edad), y la anécdota en particular fue si una obra literaria era cuento o novela corta, aunque hubo otros desacuerdos previos.
No importa quién tenía razón en la anécdota del caso ni qué tan subjetiva pueda ser la respuesta. Lo importante fue el criterio que intentó aplicar la docente para resolverlo: el principio de autoridad (que algo es verdad por quién lo dice), que es la negación del principio de la verdad científica (que algo es verdad por la posibilidad de demostrarlo) el cual debiera primar en cualquier cuestión de conocimiento.
Más allá de la anécdota, esta situación me llevó a reflexionar y conversar con mi señora sobre qué queremos enseñar a nuestros hijos. No va a ser la primera vez en la vida en que uno de ellos se encuentre en una situación donde crea tener razón (el criterio científico le dice que la respuesta es A) y sin embargo se encuentre en una posición de menor poder relativo (donde la autoridad le dice que la respuesta es B). Cualquier adulto que tenga un jefe o cliente exigente en su vida laboral entiende a lo que me refiero.
¿Que enseñarle para esas situaciones? Después de un tiempo de análisis queremos compartir algunas reflexiones con Uds.
En primer lugar, es esencial tener respeto por las personas, sean sus docentes o sus compañeros. Ello incluye tanto sustancia como forma. En la sustancia está estudiar la materia, asegurarse de tener el conocimiento mínimo necesario para tener un diálogo razonable y no hacerle perder tiempo a la otra parte, sea docente o compañero. En la forma está la cortesía al dirigirse a la persona: escuchar activamente, preguntar, no interrumpir, contestar en forma clara, etc. En la forma también está la disciplina, que implica respeto hacia el grupo, para que todos puedan participar y aprender.
Pero el respeto por una persona no significa sometimiento o conformidad a las ideas que esa persona exponga, sean propias de la persona que las expone o provenientes del saber convencional. Lo que el conocimiento científico de ayer tenía por válido (por dar un ejemplo: que la Tierra era plana e inmóvil en el espacio) hoy se sabe que no es así. Lo que hoy pueda tenerse como válido, mañana podría ser probado como falso.
Ello lleva al segundo punto, nuestros hijos deben sentirse libres de disentir con el saber convencional aunque ello pueda generarles algunos inconvenientes, tales como que los etiqueten como faltos de respeto a la autoridad.
En tanto previamente hayan hecho el esfuerzo de estudiar y conocer ese saber convencional, es correcto que lo cuestionen y busquen nuevas respuestas. El conocimiento inmutable, donde lo que dice el libro o el docente es sagrado, corresponde a una época y sistema educativo perimido. Sin el disenso de Galileo aún creeríamos que la tierra está inmóvil. Nuestros hijos no deben tener temor de hacer nuevas preguntas, imaginar nuevas hipótesis o investigar nuevas respuestas. Deben imaginar alternativas y conversarlas. No deben quedarse con la respuesta fácil.
En realidad, el disenso es una virtud. Ese es el motor del progreso en todas las áreas del quehacer humano: cuestionar lo viejo para encontrar nuevas y mejores respuestas que lo reemplacen, sea en el campo científico, tecnológico, comercial, etc. Debemos promover esto en nuestros hijos.
Se atribuye a Einstein decir que la imaginación es más importante que el conocimiento, porque el conocimiento indica lo que sabemos hoy, mientras que la imaginación nos indica el camino para descubrir lo que sabremos mañana. Respetar el saber convencional y la autoridad que lo sostiene sólo permitirá a nuestros hijos llegar hasta el límite del conocimiento aceptado por esa autoridad.
El verdadero desafío en la vida es avanzar y trascender más allá de ese saber convencional, innovar, tanto por la propia realización personal como por el mayor bienestar que podrán proveer a sus seres queridos con las recompensas del innovador. Nuestra función como padres es formar a nuestros hijos para que encuentren y ocupen su lugar en la vida, y para ello deberán superar sus temores.
Disentir requiere coraje, ya que para ello no deben dejarse intimidar por la autoridad durante el proceso de aprendizaje. Galileo pudo terminar en la hoguera por sus ideas. Aún hoy, muchas personas no entienden la diferencia entre respeto a la persona y disenso con sus ideas, y pueden imponer un precio a pagar por el disenso. A veces impondrán represalias: les asignarán trabajo adicional, les negarán una oportunidad, les harán preguntas más difíciles en un examen, los reprobarán en una materia.
Y ello nos lleva al tercer punto, nuestros hijos deben aprender a gestionar sus relaciones personales con sus docentes y compañeros. Deben aprender a equilibrar el “tener razón” con elegir la persona, momento, lugar y forma para exponer esa razón, de modo tal de preservar una buena relación. Y esto con mayor cuidado cuando estén en una situación de menor poder relativo, como es la relación docente-alumno.
Con el acelerado avance de la ciencia, muchos de los conocimientos que nuestros hijos adquieran hoy serán obsoletos cuando terminen sus estudios en la universidad. Pero la gestión de relaciones humanas –la elección del modo y momento para exponer sus razones– es un conocimiento que les quedará para toda la vida. Ésta quizás es la enseñanza más importante que podamos darles, ya que cualquiera sea el área de conocimiento donde elijan especializarse, ese conocimiento cambiará, pero su relación con otros seres humanos estará presente en toda su vida.
Es crucial que aprendan a defender sus puntos de vista mitigando el conflicto que pueda generarse, pero sin someterse. No debemos criar ovejas, que se sometan a cualquier autoridad que se les cruce, porque serán presa de los lobos. Pero tampoco debemos criar lobos, porque se desgastarán en continuos conflictos inútiles. En consecuencia, deberán utilizar su juicio para elegir sus batallas: habrá algunos temas por los que vale la pena luchar y otros por los que no, teniendo presente que no se puede progresar si uno está en un combate perpetuo.
Es importante enseñarles que todo lo que puedan hacer para evitar el conflicto será un esfuerzo bien aplicado. El conflicto desgasta, consume recursos (materiales e inmateriales: tiempo, atención, oportunidades, relaciones) que pueden utilizarse con mucho mayor provecho para otros proyectos. No obstante, si se encuentran en un conflicto del que no pueden salir deben utilizar todos los medios legítimos para ganarlo, incluyendo la ayuda de sus padres. No basta sólo tomar medidas defensivas. Ello sólo prolonga la situación y aumenta el desgaste. Ganen o pierdan, el conflicto corto es más conveniente para todos porque reduce el desgaste.
En definitiva, en el marco del respeto a la persona, nuestros hijos deben aprender a lograr un equilibrio entre el disenso con el saber convencional y la gestión de las relaciones humanas necesaria para evitar o mitigar el conflicto. Este equilibrio dependerá de una variedad de circunstancias, objetivos y preferencias en cada caso concreto, que cada uno tendrá que analizar en cada ocasión.
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