Mi respuesta es que no. Yo creo que los padres tenemos el deber y el derecho de acompañar a nuestros hijos a cada paso, sea en la escuela o en cualquier otro ámbito de la vida, hasta que tengan la madurez para valerse solos. ¿Cuándo llegará esa madurez? Depende, cada persona es distinta, y sus circunstancias también.
Al conversar este tema con otra madre, ella comentó: “Si haces las cosas por ellos, nunca aprenderán”. Eso es correcto. Pero eso no es ayudarlos. Ayudarlos se ubica entre “dejarlos solos” y “hacerlo por ellos”. Ayudarlos es aconsejarles cómo pueden enfrentar mejor sus propios desafíos, poner a su disposición ideas, experiencia y recursos, para que no tengan que reinventar la rueda a cada paso que den. A veces es estar detrás de ellos y otras a su lado, pero nunca en su lugar. Dejarlos que elijan e implementen, que acierten y se equivoquen. Y estar a su lado para darles fuerzas las veces que fallen, para que lo vuelvan a intentar.
En una entrada anterior mi marido resumió algunas razones de la epidemia de jóvenes con rendimiento menor al esperado. Yo lo voy a plantear de otra manera: cuáles son las razones que ayudan a un rendimiento superior al promedio. Creo que una de ellas es el entorno familiar y particularmente el rol de los padres.
Mucho se ha debatido respecto al rol de los padres en la educación de los hijos. De lo que he leído del tema, comparto la visión de Malcom Gladwell (Outliers, p. 116 y siguientes), quien cita un trabajo de Annette Lareau donde sostiene que existen dos posturas filosóficas esenciales respecto a la crianza de los hijos: el cultivo cuidadoso y el crecimiento natural. Lareau sostiene que, una vez que los niños tienen un cociente intelectual suficiente para completar sus estudios, la explicación de su éxito en la vida no proviene de su inteligencia lógico-matemática sino de su inteligencia social, la cual se aprende de la familia y no de la escuela.
La adquisición de la inteligencia social es proporcional a la atención que los padres brinden (cultivo cuidadoso) o no brinden (crecimiento natural) a sus hijos. Los niños con padres muy involucrados en el tiempo libre de sus hijos, que les programan actividades extra-escolares y los llevan de una actividad a otra, que les preguntan sobre sus maestros y compañeros, que conversan con ellos y esperan que los niños respondan, pregunten, negocien y cuestionen su autoridad, que se acercan a la escuela para hablar por sus hijos cuando ellos tienen bajo rendimiento, adquieren un sentido de su posición en el mundo que les da una enorme ventaja cultural.
Los niños cuyos padres consideran mejor dejarlos crecer naturalmente, dejarlos arreglárselas por sí solos, pueden ser más independientes, menos quejosos, más resistentes a las frustraciones, pero no aprenderán tan bien como los primeros cómo manejarse en entornos altamente estructurados, ni a razonar o negociar con personas que están en posiciones de autoridad respecto de ellos, que son actitudes esenciales para triunfar en el mundo moderno.
Según Lareau, la divisoria de aguas está en los padres que dedican tiempo y aquellos que no, que ella atribuye –en una visión en exceso materialista– a la posición económica y educación de los padres. Por supuesto que una familia de altos ingresos puede tener más oportunidades de liberar tiempo para los niños. Pero los ingresos no son todo. Creo que el factor diferenciador no está en el dinero, educación, o tiempo que los padres puedan dedicar a sus hijos, sino en la atención: preguntarles, conversar, interesarse por sus cosas, “darles bolilla” en serio.
“Ya son grandes, dejalos que aprendan a hacerse responsables solos” completó el comentario otra madre. Pero nosotros mismos pedimos y recibimos consejo, compañía o ayuda en ocasiones que nos resultan inusuales o difíciles. ¿Por qué los chicos no pueden recibir lo mismo? Yo creo que nadie puede lograr grandes objetivos solo, ni los grandes deportistas, los grandes empresarios o los genios. Todos tienen un equipo atrás. Y nuestros hijos tienen que tener el suyo, comenzando por sus padres.
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