En la parte
anterior de esta nota nos enfocamos en los conceptos a transmitir en la
pubertad de nuestros hijos, aproximadamente de 11 a 13 años. Continuamos aquí
con los conceptos a transmitir en la adolescencia, etapa que abarca aproximadamente desde los 14 a
los 18 años.
13. Aprender
a administrar. A medida que nuestros hijos crecen van reemplazando puros deseos
inmediatos (p.e. juguetes, entretenimiento, golosinas) por otros deseos y necesidades
más numerosos y recurrentes (p.e. algún elemento coleccionable, cierta ropa o
elementos deportivos, salidas con amigos, juguetes más caros). Estas necesidades
y deseos competirán por el uso de recursos que siempre son escasos (dinero, tiempo,
atención, etc.). Es parte de la naturaleza humana querer más que aquello que
podemos pagar. Como “todo no se puede”, deberán elegir en qué gastar y que no,
con lo que llega la necesidad de aprender a administrar.
Junto con el incremento en el número de deseos y necesidades, en
esta edad también se extiende su percepción del momento en que querrán
satisfacerlas. Agregar esta dimensión temporal permite planear, esto es: idear
una secuencia de pasos para llegar a un resultado.
Los pasos para administrar dinero requieren identificar las
necesidades, las alternativas para satisfacerlas y su costo, establecer
prioridades, adquirir lo decidido y hacer un control. Veamos esto en más
detalle.
El primer paso será identificar sus necesidades y deseos (p.e.
comenzar a realizar una actividad), seguido por una lista de los elementos
necesarios (p.e. materiales, clases, etc.) y su costo estimado. Paso siguiente
será establecer prioridades, lo que llevará primero a una negociación con los
padres (sobre cuántos recursos podremos asignarles) y después a otra
negociación consigo mismos para elegir a qué aplicarlos. A continuación tendrán
que realizar las compras utilizando los fondos según lo decidido y evitando
tentaciones. Y finalmente será conveniente controlar lo gastado, para entender
si las estimaciones fueron razonables, identificar qué se aprendió en esta
compra y obtener información para el siguiente round. No hay que descartar esta
etapa de control –que los padres podemos iniciar con unas pocas preguntas– ya
que una clave de este aprendizaje está en identificar errores y no repetirlos
en el futuro.
Así descripto, parece un proceso lineal. Pero no es fácil. El
proceso será desordenado, continuamente renegociando temas pasados y sacando a
relucir muchas pasiones, ya que elegir algo tiene el costo de renunciar a algo
distinto. Y no todas las personas toman las renuncias de buen grado.
Como padres tendremos que enseñarles, protegiéndolos en parte,
pero también dejándolos exponerse a cometer algunos errores. Un día sin comer
en la escuela porque decidieron comprarse figuritas no les hará daño permanente
y será un buen aprendizaje.
Este proceso también generará la oportunidad de tener una conversación
más profunda para el largo plazo, permitiendo preguntarles cuáles creen que
serán sus necesidades y qué gastos piensan que tendrán que afrontar en la vida.
Al respecto, vendrá bien recordarles que tendrán gastos ordinarios (alimento,
vestido, transporte, entretenimiento), gastos extraordinarios que podrán
programar (vivienda, educación, hijos, retiro) y otros gastos extraordinarios
no programados (reparaciones de urgencia, etc.), todos los cuales tendrán que
afrontar. Por supuesto que no podemos pretender que un niño en su pubertad
planifique su vida completa, pero exponerlos a estos planteos les permitirá
tenerlos en mente para ayudarlos a guiar sus futuras decisiones.
¿Cómo podemos enseñar esto en la práctica? Ya mencionamos
acompañarlos en su planificación de corto plazo. Algunas sugerencias
adicionales incluyen:
- considere asignarle a sus hijos una cantidad de dinero periódica (semanal primero, mensual después) para que se hagan cargo de ciertos gastos, y permítale administrarla;
- en aquellas oportunidades que se queden cortos, adelántele una parte de la próxima asignación, pero no les dé fondos adicionales;
- si desean fondos extras, negócielos a cambio de algunas tareas hogareñas que no realicen habitualmente (lavar el auto, lustrar zapatos, cortar el pasto, etc.) y no pague más de lo que pagaría a un tercero;
- cuando tengan edad suficiente aliéntelo a conseguir un trabajo de medio tiempo para entender el esfuerzo de obtener lo que desea;
- hágalo pagar por cualquier cosa que rompa o pierda (p.e. romper un vidrio, perder una estilográfica), aunque se trate de algo que no estuviera en su presupuesto originalmente;
- en la medida que puedan mantener en reserva información sobre la economía familiar, comparta con ellos la situación actual del presupuesto familiar para que entiendan mejor lo que tendrán que administrar en el futuro.
Si bien podrías afrontar algunos de estos gastos extraordinarios
con crédito, ello será más caro (habrá que pagar interés) y el crédito no
siempre estará disponible (por las condiciones del país o tu situación
particular). La única manera de asegurarse poder cubrir esas grandes
necesidades (vivienda, educación, hijos, retiro, colchón para un mal día) será
ahorrando constantemente una parte de los ingresos, e invirtiendo ese ahorro para
evitar que la inflación haga desaparecer su valor.
¿Cuánto ahorrar? Eso depende de las circunstancias de cada uno,
sus objetivos en la vida, su aversión al riesgo y una multitud de elementos
más. Sin embargo, una buena regla es ahorrar no menos del (i) 10% de los
ingresos corrientes, y (ii) 50% de los ingresos extraordinarios. Y siempre es
más fácil si uno elige un monto determinado como objetivo a ahorrar en un
determinado tiempo.
Aprender a ahorrar es una cuestión más emocional que racional, así
que conviene comenzar a practicarla cuanto antes. Posponer el consumo inmediato
es difícil y resistir la tentación de gastar lo ahorrado es una experiencia que
fortalecerá el espíritu de sus hijos y les ayudará a cumplir sus objetivos más
adelante en la vida. Hagan del ahorro una experiencia compartida. Conversa con tu
hijo cuánto puede ahorrar? ¿A qué tendrá que renunciar? ¿Para lograr qué
objetivo?
15. Inversión, el camino a la
riqueza. Un buen trabajo, en relación de
dependencia o independiente, puede dar buenos ingresos. Ahorrar permite
acumular un stock de riqueza. Pero esto no alcanza para hacerse rico, en el
sentido de reunir un patrimonio cuyas rentas pasivas cubran sus gastos
corrientes. Para ello se necesita invertir ese stock de riqueza, de modo que
genere esas rentas.
Entonces, el
primer paso en el camino de la inversión es crear su propio fondo, cuyo capital
inicial puede provenir de sus ahorros, de vender activos que ya no utiliza o de
otras fuentes. Lo importante es que una vez que el dinero ingresó a ese fondo
de inversión, no puede retirarse hasta que se cumpla la meta. Eso le permitirá
beneficiarse del interés compuesto ([1]).
Otro paso es
tener un plan, para lo cual necesita fijarse una meta y un plazo. La meta se
fija determinando el monto necesario para cumplir su deseo. Supongamos que es
retirarse con el mismo nivel de vida que tiene cuando trabaja. Digamos que
busca ¿un millón de dólares? ([2]).
¿Cómo hacemos para llegar allí? La respuesta es simple: de a poco. Pasito a
paso. El plan debe incluir cuántos pasos necesita para llegar a esa meta. No
pierda tiempo buscando la “inversión salvadora”, esa inversión soñada que le
permitiría hacerse rico con una sola transacción. A invertir se aprende primero
con “pasitos de bebé” que le permitan aprender y practicar gradualmente, y
después con pasos (inversiones) más grandes.
Si usted
empieza a los 35 años con USD 100.000 y planea retirarse a los 65 -la edad de
la jubilación para hombres en Argentina- tiene 30 años para llegar a su meta.
Ganando un 8% anual después de impuestos, menos que lo que paga hoy deuda
pública argentina, llegará cómodamente al millón de dólares en ese plazo,
mientras usted se ocupa de otras tareas.
Entonces ¿es
tan fácil como dejar los fondos invertidos en bonos? Bueno… no. El rendimiento
bursátil de 8% en dólares después de impuestos en un entorno internacional de
tasas bajas es muy difícil de conseguir. Quien lo obtiene asume un riesgo
elevado por ello y le será difícil repetirlo todos los años, por lo que tiene
que conocer mucho y vigilar su inversión muy de cerca ([3]).
Para un
inversor novato es mucho más conveniente especializarse en pequeños nichos de
la economía real, donde su conocimiento del mercado le permita obtener tasas
mucho más elevadas que no están disponibles para los inversores institucionales
por el relativo pequeño tamaño de las transacciones. Sin embargo, este inversor
novato tiene que tomar la información de esos rendimientos (o la tasa de
interés para plazos fijos) como una tasa
de referencia o costo de oportunidad,
en el sentido que cualquier inversión en la economía real que le pague menos de
ese rendimiento no le conviene.
Si puede
ayudar a sus hijos a hacer un plan con metas modestas (por ejemplo, este año
ganar 10% en dólares sobre el capital inicial) concentrándose en generar
ingresos recurrentes de capital (diferencias entre precio de comprar barato y
vender caro) o pasivos (comisiones, intereses, regalías, etc.), los habrá
apuntado hacia un camino muy productivo en su vida.
Al cabo de un
tiempo sus hijos habrán aprendido a desarrollar su percepción para encontrar
negocios, calcular rentabilidades, negociar, leer documentos financieros y
legales sencillos, tener paciencia, cumplir metas, controlar sus emociones,
entender imprevistos y soportar pérdidas que en el futuro le eviten golpes
mayores.
¿Cómo puede ayudar a sus hijos a
iniciarse en este camino? Posibles acciones serían: (i) Ayúdelos a separar una
serie de bienes que ya no estén en uso en su casa, para que los venda por
Mercado Libre u otro servicio web, y aplique el resultado a crear un fondo de
inversión. (ii) Separe un pequeño fondo para que sus hijos administren,
acordando que ellos podrán quedarse con un determinado porcentaje de las
ganancias para comprar algún bien de uso que realmente les interese. (iii)
Involúcrelos en el análisis y pedir su consejo cuando usted analice una próxima
inversión.
16. Administrar riesgos. La Ley de Murphy dice que “todo lo que pueda salir mal, saldrá mal”.
Este comentario pesimista puede tener algún grado de verdad en alguna etapa de
nuestras vidas. Somos convencidos que las palabras crean realidades, por lo que
vamos a omitir una cuenta de las posibles desgracias que pueden aquejarnos. No
obstante, corresponde prepararse para esos posible desventuras, al igual que
nos colocamos el cinturón de seguridad cuando vamos en un automóvil.
Algunas
herramientas para mitigar tales “accidentes económicos” son los seguros, la
diversificación, el análisis de sensibilidad ante escenarios alternativos, y el
famoso “plan B”.
En general, la
experiencia enseña que ningún plan resulta exactamente como esperamos. Ello
ocurre porque una vez hecho el plan, la realidad irá cambiando. Algunas
expectativas que teníamos al momento de realizar el plan se cumplirán y otras
no, surgirán imprevistos, etc. ¿Ello significa que hacer planes es una pérdida
de tiempo? Bueno… no.
Un plan es un
mapa que nos indica un posible camino para una meta. Si el plan está bien
hecho, considerará algunos escenarios alternativos que puedan presentarse en el
camino (por ejemplo donde hay diversas estaciones de servicio para poder elegir
donde parar), tendrá en cuenta diversas circunstancias normales (por ejemplo,
qué hacemos si pinchamos un neumático) y al menos un posible camino alternativo
(el famoso “plan B”) que nos permita llegar a la meta. Así, todo plan debiera
incluir un análisis de sensibilidad,
esto eso: cuál sería el desempeño esperado en escenarios alternativos (bueno,
malo, y más probable) y alguna mínima planificación
para contingencias (qué hacer si ocurre tal evento).
Para evitar
sobresaltos también es conveniente “no tener todos los huevos en la misma
canasta”, lo que se logra mediante la diversificación
de las inversiones en varios proyectos distintos.
Otras veces
será conveniente tomar un seguro para
que un tercero (la compañía de seguros) soporte el daño en caso que ocurra un
determinado siniestro. Este seguro puede ser sobre cosas (por ejemplo, el
automóvil o el hogar) o sobre personas (un seguro de vida o un seguro de salud,
que en Argentina suele tomar la forma de suscripción a un plan de medicina
prepaga).
¿Cómo podemos
ayudar a nuestros hijos a reconocer riesgos, evaluarlos y protegerse de ellos?
Por supuesto que esto va mucho más allá de los meros riesgos económicos, pero
como aquí nos referimos a ellos, nos limitaremos sólo estos. En ese contexto,
algunas posibles acciones incluyen: (i) averiguar y comparar por diversos
planes de medicina prepaga, para revisar su cobertura y su precio, (ii) de ser
posible, averiguar cuál sería el costo directo si no tuviera seguro de alguna
contingencia ocurrida a algún conocido, (iii) averiguar costo y cobertura de
diversos seguros para un automóvil que le gustaría adquirir, (iv) averiguar
costo y cobertura de un seguro de incendio en el hogar y compararlo contra el
costo de reponer los elementos que se perderían de ocurrir tal siniestro.
[1] - El interés compuesto se entiende mejor con
un ejemplo. Si en el primer período usted coloca $100 a 10% de interés, al
final del primer período tendrá $110. Si retira los $10 de interés, en el
segundo período obtendrá lo mismo, otros $10. Pero si no los retira, su
inversión en el segundo período habrá comenzado con $110, por lo que el interés
del 10% en el segundo período serán $11. Esto es el interés compuesto: interés
sobre los intereses ya ganados, mantenidos dentro del fondo de inversión. Si
usted retira intereses todos los años, al cabo de treinta años habrá retirado
$300, 10% cada año. Si usted dejó los intereses en el fondo, al cabo de treinta
años habrá ganado intereses por $1.645. Esta es la llamada “magia” del interés
compuesto.
[2] - Suponiendo que usted vive con $20.000 por
mes (esto es para hacer la matemática fácil, ya que el número quedará
desactualizado rápidamente, por lo que le aconsejo hacer sus cálculos en moneda
dura: dólar o euros), usted necesitará inversiones que le proporcionen $300.000
al año, quince veces ese monto por año (no hay que olvidarse de vacaciones y
gastos extraordinarios). La tasa de rendimiento dependerá de una cantidad de
factores: su conocimiento, su aversión al riesgo, las condiciones macroeconómicas.
Tomemos por ejemplo que usted pueda obtener 5% anual en dólares después de
impuestos (es poco más de la mitad de lo que hoy pagan los títulos públicos
argentinos, pero esto no va a durar mucho tiempo). Dividiendo la renta que
usted busca por la tasa que puede obtener, tendrá el “número mágico” que
necesita para poder retirarse y vivir sin trabajar. Esto es $6 millones, que al
tipo de cambio oficial de hoy es aproximadamente US$ 600,000. Por supuesto que
las condiciones macroeconómicas cambian, por lo que le si hace esta cuenta, le
aconsejo que se ‘acolchone’ un poquito más.
[3] - Para quienes no tienen el tiempo, ganas o
disciplina, un producto que puede tener resultados similares pero más modestos es
un seguro de vida con capitalización. Sin embargo, ello con varias
precauciones: (i) Preste atención a la moneda de ahorro, ya que si es en una
moneda poco confiable (peso) puede ocurrir que usted haga grandes esfuerzos hoy
y lo que reciba en el futuro tenga muy poco valor. (ii) La compañía de seguros
tiene que ser lo suficiente sólida como para existir hasta el final del período.
De nada sirve pagar hoy si mañana habrá perdido sus fondos en la quiebra de la
empresa. (iii) Cuidado al elegir la jurisdicción. Argentina no ha sido muy
confiable con estos planes, muchos de los cuales se pesificaron en 2001. (iv) Tenga presente el costo. Si la compañía
administra su fondo, le cobrará comisiones que lo dejan con poco y nada hasta
los últimos años. Si usted administra su fondo, usted se queda con esos fondos
y lo verá crecer desde mucho antes.
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