Después de un duro año de trabajo donde no pudimos mantener el ritmo deseado en este blog, concluimos ahora esta serie de notas enfocándonos en los conceptos a transmitir en la temprana juventud de nuesros hijos, etapa que comienza aproximadamente a los 18 años.
Existe una
gran cantidad de libros sobre finanzas personales que le dirán que tiene que
hacer un plan financiero, empezando por un flujo de caja (un simple cuadro de
doble entrada con la lista de sus ingresos y gastos en el lado izquierdo y la
proyección de al menos los próximos doce meses en la parte superior, llenando
después los casilleros correspondientes y sumando totales), un estado patrimonial
(la lista de sus bienes y deudas), un plan de inversiones (cuanto espera
invertir, cuando y en qué activos) y un plan de riesgos y seguros (de salud,
accidentes, vida, etc.). Dependiendo su situación, podrá agregar un plan de
retiro, de herencia, impositivo, y otros específicos para su caso.
Más allá de
lo que recomiendan textos específicos de finanzas personales, nosotros
incorporamos algunos puntos que nos han resultado de especial utilidad:
- Coloque una primera hoja con su plan de vida. El dinero es una mera herramienta (muy importante por cierto, pero no más que eso) para cumplir sus objetivos en la vida, por lo que vale la pena tener estos objetivos bien presentes para evitar que los fríos números lo atrapen.
- Manténgase informado. Su educación financiera es su responsabilidad. Si hace inversiones sin el adecuado conocimiento o estudio puede perder mucho dinero. Recuerde que “Cocodrilo que se duerme, termina hecho billetera”.
- Controle el plan periódicamente para ver si está avanzando hacia sus objetivos. Recuerdo que “Lo que no se mide, no se obtiene”.
- Revise el plan periódicamente. El mundo es más complejo de lo que asume, y además cambia, por lo que usted tendrá que cambiar su plan para adaptarlo a la nueva realidad. Esto es un ciclo constante, por lo que requiere constancia y disciplina. En lo personal, le sugiero elegir una fecha anual para esa revisión, que puede ser el mes de su cumpleaños, o final de año, o el mes donde debe presentar la declaración jurada anual del impuesto a las ganancias.
¿Qué puede
hacer para ayudar a su hijo a captar estos conceptos? Alternativas incluyen:
(i) asistir juntos a un curso sobre el tema, (ii) ir juntos a una librería y
revisar qué libros de finanzas personales existen (aunque pueda parecerle
aburrido, le adelanto que existe un libro con alternativas no tradicionales,
como puede ser invertir en un deportista, artista plástico, músico o producción
de espectáculos, que puede ser entretenido leer para ver el ingenio puesto en
esos negocios; dejo en sus manos encontrarlo en las librerías), (iii) pongan
manos a la obra y hagan un plan inicial, conversando las estimaciones para que
sean lo más realistas posibles.
18. Estudiar o trabajar. Terminado el secundario, sus hijos tendrán
que decidir si quieren o no estudiar una carrera terciaria o universitaria.
Estos estudios -o la falta de ellos- influirán en los trabajos que puedan
obtener durante su vida laboral, es decir en sus siguientes treinta o cuarenta
años. Una buena educación pondrá a su alcance oportunidades de trabajo con
buenos ingresos. Una educación mediocre o incompleta limitará sus oportunidades
a trabajos con menores ingresos. Para decirlo muy simple, decidir estudiar o
no, es muy parecido a elegir si mañana quieren ser ricos o pobres. Por supuesto
que los contactos (propios o familiares) serán importantes para identificar las
oportunidades laborales futuras, pero
los estudios que hayan realizado durante su adolescencia y juventud
influirán seriamente en la posibilidad de aprovecharlas.
Algunas
familias pueden dar a sus hijos la oportunidad de estudiar sin necesidad de
trabajar durante su carrera. Otras familias no tienen esa suerte y las
circunstancias económicas familiares requieren que sus hijos comiencen a trabajar
apenas concluido el secundario. Pero -al menos en este país- trabajar no
excluye la posibilidad de estudiar. Diversas alternativas de educación superior
pública (gratuita) o privada (a distancia) permiten afrontar ambos desafíos. Y
si bien el esfuerzo será grande, es posible hacer ambas cosas. Para las
familias que tienen la posibilidad de elegir, las opiniones sobre que
alternativa es mejor están divididas: por un lado trabajar a la par de estudiar
provee experiencia, mientras que no trabajar permite concentrar esfuerzos y
atención mejorando las chances de completar los estudios satisfactoriamente. En
lo personal nos inclinamos por esta última alternativa, pero entendemos que se
trata de una decisión muy personal de cada familia.
Es
importante entender que los estudios superiores son una inversión, y como tal
sujetos a evaluar su relación de costo (costo directo de realizar los estudios:
libros, transporte, matrícula y cuotas; costo de oportunidad por no trabajar y
por no invertir los fondos aplicados al estudio) y beneficio. Como regla
general, obtener un título terciario o universitario a una edad temprana
generalmente permite acceder a mayores beneficios durante su vida que los que
podría generar sin ese título ([1]).
También es
importante notar que perseguir estos estudios no es tanto una decisión respecto
a empezar los estudios, sino a la
perseverancia para terminar la
carrera elegida, ya que sólo así la inversión realmente dará sus frutos.
Esta
decisión de continuar los estudios y recibirse dependerá de una cantidad de
factores, entre los que se encuentra la vocación. A menudo ocurre que, a poco
de iniciada una carrera, algunos estudiantes consideran abandonar sus estudios.
Esto puede ser resultado del súbito entendimiento que el área elegida no es de
su gusto, o bien por la mayor dificultad que existe respecto a la previa educación
secundaria. Es importante distinguir la razón. Si la decisión obedece a darse
cuenta que el área no es de su gusto, es probable que sea más útil cortar esa
línea de estudios y encarar otra más afín (es terrible obtener un título en un
área que no le gusta, siendo que después tendrá que trabajar en ello varias
décadas). Si la decisión de abandonar es por causa de la dificultad, será clave
el apoyo familiar para ayudarlo a superar el obstáculo. Una carrera
universitaria suele ser una prueba de resistencia, donde la constancia y el entorno
son más importantes que la inteligencia.
Un título de
educación superior también tiene beneficios más allá del dinero que pueda
generar. Esos beneficios incluyen la satisfacción personal de haber logrado una
meta difícil, la confianza en sí mismo que ello genera, el prestigio social
asociado a dicho título, el acceso a círculos profesionales y sociales que de
otra manera estarán cerrados, y una red de contactos y oportunidades sociales,
laborales y de negocio que de otra manera no estarán disponibles.
¿Cómo
podemos ayudar a nuestros hijos en esa decisión? Algunas alternativas incluyen:
(i) conversar el tema desde temprano, planteando la idea que la educación
incluye una carrera universitaria, de modo de mantenerlo enfocado en esa meta;
(ii) a mediados de la secundaria adquirir una guía de carreras y universidades,
para que pueda ver la oferta existente y tener un tiempo razonable para pensar
sobre ella; (iii) buscar una encuesta de remuneraciones y revisar juntos las
diferencias salariales entre las diversas posiciones; (iv) intente generar
oportunidades para que su hijo hable con profesionales de distintas edades en
las áreas que le hayan interesado, de modo que pueda hacerse una idea de lo
bueno, lo malo y lo habitual en la profesión que quiera elegir; (v) preparen un
plan de negocio: inversión requerida, flujos de fondos esperados, tiempo de
recupero, etc. versus el costo de oportunidad de invertir esos fondos; (vi)
averiguar y conversar las condiciones de ingreso, costos y becas disponibles en
las universidades o institutos donde podría estudiar su carrera preferida.
19. Algo más sobre consumo. En un punto anterior comentamos
que el dinero que obtenemos puede tener cuatro destinos: consumo, ahorro,
inversión o donación. Esto puede ser sencillo de comprender a nivel conceptual,
pero puede generar algunas dudas cuando se aplica a consumos necesarios y
discrecionales. Un consumo necesario será aquél que tenemos obligación o
necesidad de afrontar, tal como los impuestos o la comida. Podemos tomar medidas
para mitigar su impacto (por ejemplo, comer arroz en lugar de caviar) pero
siempre tendremos que afrontarlos.
Un consumo
discrecional es aquel que podemos decidir realizarlo o no. Vale la pena
utilizar aquí el ejemplo de un automóvil, ya que será un bien que seguramente
tendrán en mira sus hijos hacia el final de su adolescencia.
Técnicamente
un automóvil se considera un bien de uso, lo que refiere a aquellos bienes que
no se consumen con el primer uso sino que se pueden utilizar repetidas veces.
La diferencia entre los bienes de consumo (se consumen con el primer uso, como
una comida o una entrada al cine) y los bienes de uso, es que en ciertas ocasiones
los bienes de uso se pueden revender y así recuperar parte del precio de
compra.
En un
entorno inflacionario, donde puede ocurrir que el precio de venta de un usado
supere el precio que años atrás se pagó por la unidad nueva, ocasionalmente
ello lleva a preguntarse si en realidad comprar un automóvil no es una
inversión (i.e. permite vender más caro que comprar, con la ventaja añadida de
utilizarlo entre el momento de compra y de venta). Esta circunstancia no
convierte a la adquisición de un bien de consumo en una inversión, lo que se
nota claramente a poco que se considere que (i) un automóvil conlleva fuertes
gastos de operación (patente, combustible, seguro, garaje, lavado, servicio
mecánico, depreciación por modelo y kilometraje) y riesgos (robo, accidente),
(ii) el precio a recibir por la venta del usado no permite comprar la misma
unidad nueva (con lo que no defendió el valor real de los fondos aplicados a la
transacción), y (iii) la inversión alternativa contra la cual medimos el costo
de oportunidad hubiera tenido un resultado más conveniente. Al realizar el
cálculo del costo de oportunidad es importante considerar no sólo el monto
inicial empleado para la compra del vehículo, sino también sumarle los costos
de operación y restarle los costos de la alternativa de transporte que se
hubiera utilizado de no contar con el vehículo. Salvo alguna circunstancia
especial, ese cálculo mostrará que un automóvil saca dinero de nuestro
bolsillo, en lugar de ponerlo.
La
circunstancia que la compra de un automóvil sea una decisión de consumo no
significa que comprar un vehículo sea una mala decisión. Pueden existir
circunstancias especiales que lo conviertan en un consumo necesario (en lugar
de discrecional), tal como el caso de quien lo utilice como una herramienta de
trabajo (para visitar clientes, transportar equipos, etc.). O también puede
traer ventajas relevantes en materia de comodidad, entretenimiento, prestigio,
libertad, optimización de tiempos de transporte, o incluso justificarse en su
necesidad para realizar alguna actividad que de otra manera no sería posible.
Pero es importante tener presente que en cualquier evento se trata de una
decisión de consumo y no de una inversión. Al decir de uno de nuestros abuelos
“Un auto no es una inversión. Una casa sí. Porque los fierros se oxidan y los
ladrillos no”.
En este
sentido, y a pesar que se aparta significativamente de la la definición
contable, es bueno recordar aquí la definición de activos y pasivos propuesta
por Kiyosaki, en el sentido que un activo
es cualquier bien que pone dinero en su bolsillo, por ejemplo a través de
intereses (por la adquisición de bonos, o colocación de depósitos a plazo
fijo), alquileres (por la compra y alquiler de inmuebles), ganancias de capital
(por la diferencia entre precios de compra y venta de inmuebles, obras de arte,
etc.); y un pasivo es cualquier bien
que saca dinero de su bolsillo, concepto donde incluye –en un criterio tal vez
exagerado– al inmueble que se utiliza para vivienda.
¿Cómo
podemos ayudar a nuestros hijos a entender estos conceptos? Algunas maneras
pueden ser (i) ayude a su hijo a identificar qué bienes ponen dinero y que
bienes sacan dinero de su bolsillo; (ii) ayude a su hijo a calcular la
diferencia entre salario bruto y salario neto, identificando cada una de las
deducciones impositivas y de seguridad social (consumos necesarios); (iii)
ayude a su hijo a preparar un flujo de fondos para entender los costos de
comprar y operar un automóvil, versus el costo de desplazarse en transporte
público, calculando no sólo costos en dinero sino también en tiempos, y costo
de oportunidad.
20. Una canasta para un día de lluvia. Al decir de un amigo “predecir es
difícil, sobre todo si se trata del futuro”. El mero hecho de vivir conlleva
una larga serie de riesgos, que pueden o no ocurrir. Identificarlos y
prepararse para ellos, tanto en el plano psicológico como material, es una
tarea a la que conviene destinar algo de atención... o asumir que las
consecuencias pueden ser más dolorosas de lo que hubieran podido ser.
La clave
para manejar cualquier desastre es la preparación previa. Como aquí estamos
considerando temas económicos, los riesgos a que nos referimos son aquellos
tales como la posibilidad de perder el trabajo, tener un accidente que requiera
reparaciones urgentes, o una enfermedad con tratamiento costoso. En todos estos
casos se necesitará contar con fondos en forma urgente, y no siempre estará en
condiciones de pedirlos prestados (un banco no le dará un préstamo si perdió el
trabajo).
Por ello es
importante preparar un fondo de emergencia, una canasta para un día de lluvia,
a que pueda recurrir en caso necesario. ¿Cuánto debe tener esa canasta? No hay
una respuesta única. Todo depende del grado de seguridad que quiera tener. Es
como el seguro del automóvil, puede contratar la protección básica o contra
todo riesgo. Lo que habitualmente se sugiere es tener al menos un monto líquido
necesario para cubrir tres meses de
sus gastos corrientes, pero puede ser más o menos dependiendo de sus circunstancias
y aversión al riesgo.
Uno no sabe
si o cuando podemos necesitar el fondo de emergencia, pero así como se paga el seguro del automóvil y aun así
tenemos esperanza de no tener un accidente, debemos enseñar a nuestros hijos a
prepararse de igual manera para otras contingencias que pueda presentarles la
vida.
Más
adelante, cuando llegue a desarrollar una canasta de inversiones relevante,
esta canasta debería tener este fondo de emergencias como una primera línea de
liquidez inmediata no sujeta a extremos vaivenes del mercado (por ejemplo,
moneda dura en el colchón), seguida por una segunda línea con liquidez mediata
y algo de riesgo de mercado (por ejemplo, bonos, acciones, depósitos a plazo
fijo), y una tercera línea de largo plazo, menos líquida pero generalmente más
sólida (aquí están las inversiones en la economía real: agropecuarias,
industriales, comercios, inmuebles, etc.).
También es
importante tener un plan para esas emergencias, aunque sea a nivel conceptual,
ya que la ocurrencia del siniestro suele generar un fuerte impacto emocional y
perturbar el pensamiento analítico. En ese caso, tener una lista de pasos
planeada de antemano le permitirá reaccionar más rápido para minimizar el daño
y volver a la normalidad lo más rápido posible.
¿Cómo
podemos presentar estos conceptos a nuestros hijos? Algunas maneras son: (i)
preparar juntos una lista de los gastos corrientes, lo que será de ayuda para
determinar el monto del fondo de emergencia, (ii) calcular cuánto tendrá que
ahorrar de sus ingresos y por cuanto tiempo para crear ese fondo, (iii) imagine
el caso que ocurra la circunstancia temida y liste cuales deberían ser los
temas inmediatos a atender y como.
Palabras finales. Estos capítulos sobre lo que debemos enseñar
a nuestros hijos sobre el dinero buscan que los padres tengamos oportunidad de
aclarar y ordenar nuestras ideas. Podrá compartir algunas de las ideas del
libro y otras no. Habrán cumplido su objetivo si le permiten reflexionar sobre
el tema.
De cualquier
manera, si bien la teoría puede ayudarnos a aclarar nuestras ideas, la
enseñanza a los niños debe ser práctica, con ejemplos constantes. De nada sirve
sentarse un día a conversar el tema con nuestros hijos, si no acompañamos eso
con constantes ejemplos en nuestra vida diaria.
Conocer las
respuestas correctas no es suficiente. Es necesario practicar buenos hábitos.
De nada sirve saber que debemos hacer un plan y controlarlo, si continuamente
sucumbe a cada tentación u oferta que encuentra en el camino. Darse gustos está
bien. Inclúyalos en el plan. Salirse continuamente del plan y cubrirlo con
vanas racionalizaciones no.
Existen
muchas fuentes para ahondar en estas ideas. Para quien quiera hacerlo, en lo
personal le sugerimos que se inicie por productos amigables y orientados hacia
la realidad argentina, tales como los sitios web de Inversor Global ([2])
o el Programa de Formación de Inversores ([3]),
los libros y el juego de Marcelo Elbaum ([4]),
o los libros de Nicolas Litvinoff ([5])
o Mariano Otálora ([6]).
[1] - La
diferencia se desdibuja en caso de quién crea su negocio propio, donde no
resulta tan relevante si tiene o no un título de educación superior. Pero, si
bien el entusiasmo y energía de la juventud es sumamente importante a la hora
de emprender el negocio propio, también suele ser importante tener una base
teórica (estudios superiores) y práctica (experiencia laboral previa) que ayude
a evitar los peores errores que siempre se cometen en un emprendimiento propio.
[2] -
www.igdigital.com
[3] -
www.psp-sa.com
[4] -
www.marceloelbaum.com
[5] -
www.estudinero.net
[6] -
www.salirdelcolchon.com.ar
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