miércoles, 2 de diciembre de 2015

Nuestros hijos y el dinero (Parte 6)

Después de un duro año de  trabajo donde no pudimos mantener el ritmo deseado en este blog, concluimos ahora esta serie de notas enfocándonos en los conceptos a transmitir en la temprana juventud de nuesros hijos, etapa que comienza aproximadamente a los 18 años. 

17. Plan de vida y plan financiero. Hasta aquí hemos visto una variedad de temas que hacen a los buenos hábitos en la administración de las finanzas personales. Todos estos temas pueden ser difíciles de seguir y de llevar ordenadamente adelante si se los enfoca por separado. La manera de ordenar y manejar todo esto es a través de un plan que incluya los aspectos relevantes.
Existe una gran cantidad de libros sobre finanzas personales que le dirán que tiene que hacer un plan financiero, empezando por un flujo de caja (un simple cuadro de doble entrada con la lista de sus ingresos y gastos en el lado izquierdo y la proyección de al menos los próximos doce meses en la parte superior, llenando después los casilleros correspondientes y sumando totales), un estado patrimonial (la lista de sus bienes y deudas), un plan de inversiones (cuanto espera invertir, cuando y en qué activos) y un plan de riesgos y seguros (de salud, accidentes, vida, etc.). Dependiendo su situación, podrá agregar un plan de retiro, de herencia, impositivo, y otros específicos para su caso.
Más allá de lo que recomiendan textos específicos de finanzas personales, nosotros incorporamos algunos puntos que nos han resultado de especial utilidad:
  •      Coloque una primera hoja con su plan de vida. El dinero es una mera herramienta (muy importante por cierto, pero no más que eso) para cumplir sus objetivos en la vida, por lo que vale la pena tener estos objetivos bien presentes para evitar que los fríos números lo atrapen.
  •     Manténgase informado. Su educación financiera es su responsabilidad. Si hace inversiones sin el adecuado conocimiento o estudio puede perder mucho dinero. Recuerde que “Cocodrilo que se duerme, termina hecho billetera”.
  •      Controle el plan periódicamente para ver si está avanzando hacia sus objetivos. Recuerdo que “Lo que no se mide, no se obtiene”.
  •       Revise el plan periódicamente. El mundo es más complejo de lo que asume, y además cambia, por lo que usted tendrá que cambiar su plan para adaptarlo a la nueva realidad. Esto es un ciclo constante, por lo que requiere constancia y disciplina. En lo personal, le sugiero elegir una fecha anual para esa revisión, que puede ser el mes de su cumpleaños, o final de año, o el mes donde debe presentar la declaración jurada anual del impuesto a las ganancias.  

 ¿Qué puede hacer para ayudar a su hijo a captar estos conceptos? Alternativas incluyen: (i) asistir juntos a un curso sobre el tema, (ii) ir juntos a una librería y revisar qué libros de finanzas personales existen (aunque pueda parecerle aburrido, le adelanto que existe un libro con alternativas no tradicionales, como puede ser invertir en un deportista, artista plástico, músico o producción de espectáculos, que puede ser entretenido leer para ver el ingenio puesto en esos negocios; dejo en sus manos encontrarlo en las librerías), (iii) pongan manos a la obra y hagan un plan inicial, conversando las estimaciones para que sean lo más realistas posibles.

18. Estudiar o trabajar. Terminado el secundario, sus hijos tendrán que decidir si quieren o no estudiar una carrera terciaria o universitaria. Estos estudios -o la falta de ellos- influirán en los trabajos que puedan obtener durante su vida laboral, es decir en sus siguientes treinta o cuarenta años. Una buena educación pondrá a su alcance oportunidades de trabajo con buenos ingresos. Una educación mediocre o incompleta limitará sus oportunidades a trabajos con menores ingresos. Para decirlo muy simple, decidir estudiar o no, es muy parecido a elegir si mañana quieren ser ricos o pobres. Por supuesto que los contactos (propios o familiares) serán importantes para identificar las oportunidades laborales futuras, pero  los estudios que hayan realizado durante su adolescencia y juventud influirán seriamente en la posibilidad de aprovecharlas.
Algunas familias pueden dar a sus hijos la oportunidad de estudiar sin necesidad de trabajar durante su carrera. Otras familias no tienen esa suerte y las circunstancias económicas familiares requieren que sus hijos comiencen a trabajar apenas concluido el secundario. Pero -al menos en este país- trabajar no excluye la posibilidad de estudiar. Diversas alternativas de educación superior pública (gratuita) o privada (a distancia) permiten afrontar ambos desafíos. Y si bien el esfuerzo será grande, es posible hacer ambas cosas. Para las familias que tienen la posibilidad de elegir, las opiniones sobre que alternativa es mejor están divididas: por un lado trabajar a la par de estudiar provee experiencia, mientras que no trabajar permite concentrar esfuerzos y atención mejorando las chances de completar los estudios satisfactoriamente. En lo personal nos inclinamos por esta última alternativa, pero entendemos que se trata de una decisión muy personal de cada familia.
Es importante entender que los estudios superiores son una inversión, y como tal sujetos a evaluar su relación de costo (costo directo de realizar los estudios: libros, transporte, matrícula y cuotas; costo de oportunidad por no trabajar y por no invertir los fondos aplicados al estudio) y beneficio. Como regla general, obtener un título terciario o universitario a una edad temprana generalmente permite acceder a mayores beneficios durante su vida que los que podría generar sin ese título ([1]).
También es importante notar que perseguir estos estudios no es tanto una decisión respecto a empezar los estudios, sino a la perseverancia para terminar la carrera elegida, ya que sólo así la inversión realmente dará sus frutos.
Esta decisión de continuar los estudios y recibirse dependerá de una cantidad de factores, entre los que se encuentra la vocación. A menudo ocurre que, a poco de iniciada una carrera, algunos estudiantes consideran abandonar sus estudios. Esto puede ser resultado del súbito entendimiento que el área elegida no es de su gusto, o bien por la mayor dificultad que existe respecto a la previa educación secundaria. Es importante distinguir la razón. Si la decisión obedece a darse cuenta que el área no es de su gusto, es probable que sea más útil cortar esa línea de estudios y encarar otra más afín (es terrible obtener un título en un área que no le gusta, siendo que después tendrá que trabajar en ello varias décadas). Si la decisión de abandonar es por causa de la dificultad, será clave el apoyo familiar para ayudarlo a superar el obstáculo. Una carrera universitaria suele ser una prueba de resistencia, donde la constancia y el entorno son más importantes que la inteligencia.
Un título de educación superior también tiene beneficios más allá del dinero que pueda generar. Esos beneficios incluyen la satisfacción personal de haber logrado una meta difícil, la confianza en sí mismo que ello genera, el prestigio social asociado a dicho título, el acceso a círculos profesionales y sociales que de otra manera estarán cerrados, y una red de contactos y oportunidades sociales, laborales y de negocio que de otra manera no estarán disponibles.
¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos en esa decisión? Algunas alternativas incluyen: (i) conversar el tema desde temprano, planteando la idea que la educación incluye una carrera universitaria, de modo de mantenerlo enfocado en esa meta; (ii) a mediados de la secundaria adquirir una guía de carreras y universidades, para que pueda ver la oferta existente y tener un tiempo razonable para pensar sobre ella; (iii) buscar una encuesta de remuneraciones y revisar juntos las diferencias salariales entre las diversas posiciones; (iv) intente generar oportunidades para que su hijo hable con profesionales de distintas edades en las áreas que le hayan interesado, de modo que pueda hacerse una idea de lo bueno, lo malo y lo habitual en la profesión que quiera elegir; (v) preparen un plan de negocio: inversión requerida, flujos de fondos esperados, tiempo de recupero, etc. versus el costo de oportunidad de invertir esos fondos; (vi) averiguar y conversar las condiciones de ingreso, costos y becas disponibles en las universidades o institutos donde podría estudiar su carrera preferida.

19. Algo más sobre consumo. En un punto anterior comentamos que el dinero que obtenemos puede tener cuatro destinos: consumo, ahorro, inversión o donación. Esto puede ser sencillo de comprender a nivel conceptual, pero puede generar algunas dudas cuando se aplica a consumos necesarios y discrecionales. Un consumo necesario será aquél que tenemos obligación o necesidad de afrontar, tal como los impuestos o la comida. Podemos tomar medidas para mitigar su impacto (por ejemplo, comer arroz en lugar de caviar) pero siempre tendremos que afrontarlos.
Un consumo discrecional es aquel que podemos decidir realizarlo o no. Vale la pena utilizar aquí el ejemplo de un automóvil, ya que será un bien que seguramente tendrán en mira sus hijos hacia el final de su adolescencia.
Técnicamente un automóvil se considera un bien de uso, lo que refiere a aquellos bienes que no se consumen con el primer uso sino que se pueden utilizar repetidas veces. La diferencia entre los bienes de consumo (se consumen con el primer uso, como una comida o una entrada al cine) y los bienes de uso, es que en ciertas ocasiones los bienes de uso se pueden revender y así recuperar parte del precio de compra.
En un entorno inflacionario, donde puede ocurrir que el precio de venta de un usado supere el precio que años atrás se pagó por la unidad nueva, ocasionalmente ello lleva a preguntarse si en realidad comprar un automóvil no es una inversión (i.e. permite vender más caro que comprar, con la ventaja añadida de utilizarlo entre el momento de compra y de venta). Esta circunstancia no convierte a la adquisición de un bien de consumo en una inversión, lo que se nota claramente a poco que se considere que (i) un automóvil conlleva fuertes gastos de operación (patente, combustible, seguro, garaje, lavado, servicio mecánico, depreciación por modelo y kilometraje) y riesgos (robo, accidente), (ii) el precio a recibir por la venta del usado no permite comprar la misma unidad nueva (con lo que no defendió el valor real de los fondos aplicados a la transacción), y (iii) la inversión alternativa contra la cual medimos el costo de oportunidad hubiera tenido un resultado más conveniente. Al realizar el cálculo del costo de oportunidad es importante considerar no sólo el monto inicial empleado para la compra del vehículo, sino también sumarle los costos de operación y restarle los costos de la alternativa de transporte que se hubiera utilizado de no contar con el vehículo. Salvo alguna circunstancia especial, ese cálculo mostrará que un automóvil saca dinero de nuestro bolsillo, en lugar de ponerlo.
La circunstancia que la compra de un automóvil sea una decisión de consumo no significa que comprar un vehículo sea una mala decisión. Pueden existir circunstancias especiales que lo conviertan en un consumo necesario (en lugar de discrecional), tal como el caso de quien lo utilice como una herramienta de trabajo (para visitar clientes, transportar equipos, etc.). O también puede traer ventajas relevantes en materia de comodidad, entretenimiento, prestigio, libertad, optimización de tiempos de transporte, o incluso justificarse en su necesidad para realizar alguna actividad que de otra manera no sería posible. Pero es importante tener presente que en cualquier evento se trata de una decisión de consumo y no de una inversión. Al decir de uno de nuestros abuelos “Un auto no es una inversión. Una casa sí. Porque los fierros se oxidan y los ladrillos no”.
En este sentido, y a pesar que se aparta significativamente de la la definición contable, es bueno recordar aquí la definición de activos y pasivos propuesta por Kiyosaki, en el sentido que un activo es cualquier bien que pone dinero en su bolsillo, por ejemplo a través de intereses (por la adquisición de bonos, o colocación de depósitos a plazo fijo), alquileres (por la compra y alquiler de inmuebles), ganancias de capital (por la diferencia entre precios de compra y venta de inmuebles, obras de arte, etc.); y un pasivo es cualquier bien que saca dinero de su bolsillo, concepto donde incluye –en un criterio tal vez exagerado– al inmueble que se utiliza para vivienda.
¿Cómo podemos ayudar a nuestros hijos a entender estos conceptos? Algunas maneras pueden ser (i) ayude a su hijo a identificar qué bienes ponen dinero y que bienes sacan dinero de su bolsillo; (ii) ayude a su hijo a calcular la diferencia entre salario bruto y salario neto, identificando cada una de las deducciones impositivas y de seguridad social (consumos necesarios); (iii) ayude a su hijo a preparar un flujo de fondos para entender los costos de comprar y operar un automóvil, versus el costo de desplazarse en transporte público, calculando no sólo costos en dinero sino también en tiempos, y costo de oportunidad.

20. Una canasta para un día de lluvia. Al decir de un amigo “predecir es difícil, sobre todo si se trata del futuro”. El mero hecho de vivir conlleva una larga serie de riesgos, que pueden o no ocurrir. Identificarlos y prepararse para ellos, tanto en el plano psicológico como material, es una tarea a la que conviene destinar algo de atención... o asumir que las consecuencias pueden ser más dolorosas de lo que hubieran podido ser.
La clave para manejar cualquier desastre es la preparación previa. Como aquí estamos considerando temas económicos, los riesgos a que nos referimos son aquellos tales como la posibilidad de perder el trabajo, tener un accidente que requiera reparaciones urgentes, o una enfermedad con tratamiento costoso. En todos estos casos se necesitará contar con fondos en forma urgente, y no siempre estará en condiciones de pedirlos prestados (un banco no le dará un préstamo si perdió el trabajo).
Por ello es importante preparar un fondo de emergencia, una canasta para un día de lluvia, a que pueda recurrir en caso necesario. ¿Cuánto debe tener esa canasta? No hay una respuesta única. Todo depende del grado de seguridad que quiera tener. Es como el seguro del automóvil, puede contratar la protección básica o contra todo riesgo. Lo que habitualmente se sugiere es tener al menos un monto líquido necesario para cubrir tres meses de sus gastos corrientes, pero puede ser más o menos dependiendo de sus circunstancias y aversión al riesgo.
Uno no sabe si o cuando podemos necesitar el fondo de emergencia, pero así como se  paga el seguro del automóvil y aun así tenemos esperanza de no tener un accidente, debemos enseñar a nuestros hijos a prepararse de igual manera para otras contingencias que pueda presentarles la vida.
Más adelante, cuando llegue a desarrollar una canasta de inversiones relevante, esta canasta debería tener este fondo de emergencias como una primera línea de liquidez inmediata no sujeta a extremos vaivenes del mercado (por ejemplo, moneda dura en el colchón), seguida por una segunda línea con liquidez mediata y algo de riesgo de mercado (por ejemplo, bonos, acciones, depósitos a plazo fijo), y una tercera línea de largo plazo, menos líquida pero generalmente más sólida (aquí están las inversiones en la economía real: agropecuarias, industriales, comercios, inmuebles, etc.).
También es importante tener un plan para esas emergencias, aunque sea a nivel conceptual, ya que la ocurrencia del siniestro suele generar un fuerte impacto emocional y perturbar el pensamiento analítico. En ese caso, tener una lista de pasos planeada de antemano le permitirá reaccionar más rápido para minimizar el daño y volver a la normalidad lo más rápido posible.
¿Cómo podemos presentar estos conceptos a nuestros hijos? Algunas maneras son: (i) preparar juntos una lista de los gastos corrientes, lo que será de ayuda para determinar el monto del fondo de emergencia, (ii) calcular cuánto tendrá que ahorrar de sus ingresos y por cuanto tiempo para crear ese fondo, (iii) imagine el caso que ocurra la circunstancia temida y liste cuales deberían ser los temas inmediatos a atender y como.  

Palabras finales. Estos capítulos sobre lo que debemos enseñar a nuestros hijos sobre el dinero buscan que los padres tengamos oportunidad de aclarar y ordenar nuestras ideas. Podrá compartir algunas de las ideas del libro y otras no. Habrán cumplido su objetivo si le permiten reflexionar sobre el tema.
De cualquier manera, si bien la teoría puede ayudarnos a aclarar nuestras ideas, la enseñanza a los niños debe ser práctica, con ejemplos constantes. De nada sirve sentarse un día a conversar el tema con nuestros hijos, si no acompañamos eso con constantes ejemplos en nuestra vida diaria.
Conocer las respuestas correctas no es suficiente. Es necesario practicar buenos hábitos. De nada sirve saber que debemos hacer un plan y controlarlo, si continuamente sucumbe a cada tentación u oferta que encuentra en el camino. Darse gustos está bien. Inclúyalos en el plan. Salirse continuamente del plan y cubrirlo con vanas racionalizaciones no.
Existen muchas fuentes para ahondar en estas ideas. Para quien quiera hacerlo, en lo personal le sugerimos que se inicie por productos amigables y orientados hacia la realidad argentina, tales como los sitios web de Inversor Global ([2]) o el Programa de Formación de Inversores ([3]), los libros y el juego de Marcelo Elbaum ([4]), o los libros de Nicolas Litvinoff ([5]) o Mariano Otálora ([6]).


[1] - La diferencia se desdibuja en caso de quién crea su negocio propio, donde no resulta tan relevante si tiene o no un título de educación superior. Pero, si bien el entusiasmo y energía de la juventud es sumamente importante a la hora de emprender el negocio propio, también suele ser importante tener una base teórica (estudios superiores) y práctica (experiencia laboral previa) que ayude a evitar los peores errores que siempre se cometen en un emprendimiento propio.
[2] - www.igdigital.com
[3] - www.psp-sa.com
[4] - www.marceloelbaum.com
[5] - www.estudinero.net
[6] - www.salirdelcolchon.com.ar

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