En la
primera parte de esta nota nos enfocamos en las razones por las cuales es
conveniente enseñarles a nuestros hijos a manejar el dinero (es uno de los
elementos que influirán en su felicidad), cuáles son las diferentes posiciones
que las familias adoptan sobre el tema (no hablar, hablar mal o hablar bien) y
desde qué edad debiéramos conversar el tema con ellos (desde sus primeros
pasos).
Aclarados
estos puntos previos, vamos al meollo de la cuestión, ¿Qué debemos enseñar a
nuestros hijos sobre el dinero?
Eso
dependerá de dos elementos: (i) la edad de su hijo: así como usted no
pretenderá enseñar a su hijo a calcular una raíz cuadrada en el primer grado de
la escuela primaria, los diversos temas de finanzas personales también tienen
contenidos y formas que adecuados según la edad; y (ii) sus propios conocimientos
y creencias respecto al manejo del dinero.
Lo que
podemos ofrecerle aquí es nuestra
visión después de haber reflexionado extensamente sobre el tema. No es una
visión estática. Como en cualquier otro ámbito de la vida, de tanto en tanto
nos damos cuenta que requiere algún ajuste o agregado. Algunos puntos podrán
gustarle o no, podrá estar en desacuerdo con algunos de ellos o tener otros
mejores, pero cumplirán su función si le permiten reflexionar sobre qué enseñar
a sus hijos sobre el dinero.
A
continuación desarrollamos 20 puntos que creemos cubrirán los temas básicos de
finanzas personales importantes para nuestros hijos, los cuales hemos dividido
en cinco segmentos etarios. Esta división es a modo de referencia, ya que hay
niños que tendrán más o menos facilidad que otros para incorporar ciertos
temas. Para cada segmento hemos intentado mantener los temas en un mismo orden:
(i) qué es y cómo administrar el dinero, (ii) de donde viene el dinero, (iii) a
dónde va, y (iv) cómo manejar algunos riesgos. Y dentro de cada tema,
intentamos primero brindar una breve explicación del concepto, seguido de la
propuesta de algunas actividades para implementarlo con sus hijos.
Primeros Años.
Esta etapa se
desarrolla aproximadamente entre los 3 y 5 años. Los conceptos a transmitir son
simples, pero es sumamente importante hacerlo con el tono emocional correcto,
ya que ello facilitará o entorpecerá su relación con el tema por largo tiempo.
1. El dinero es una herramienta. Como un martillo se usa para clavar clavos, el dinero se usa para
comprar cosas (como un helado) o para pagarle a la gente para que haga algo por
nosotros (como que un médico te cure cuando estás enfermo).
Como toda
herramienta, el dinero es algo bueno porque nos permite obtener cosas que no podríamos
hacer solos, como un cuaderno o un televisor. Pero el dinero tampoco sirve para
hacer todo. Hay un montón de cosas importantes que son gratis, que no necesitan
dinero, como jugar con amigos, visitar familiares, o que mamá o papá cuenten
cuentos.
Es importante que
nuestros hijos establezcan un correcto contacto emocional con el dinero. La
idea es que en el futuro puedan tener una sana relación con sus finanzas
personales, sin convertirse en meros acumuladores de dinero, o en personas
temerosas de su falta. Para lograr una sana relación debemos amigarlos con el
dinero presentándolo como algo lindo y bueno. Debemos permitirle que tengan contacto,
de modo que se sientan cómodos en su cercanía. Es esencial evitar afirmaciones
negativas, como que el dinero es sucio; tocar dinero no es más sucio que tocar
la barra del colectivo, el carrito supermercado, o la silla de un restaurante.
Todo esto es esencial
respaldarlo con actividades. Por ejemplo: (i) permitiéndoles jugar con billetes
y monedas para que sientan su textura y olor, que se “duchen” arrojando
billetes al aire al estilo Rico McPato (por supuesto, en un ambiente cerrado y
controlado); (ii) proponiéndoles que identifiquen monedas y billetes, y los
ordenen por su valor; (iii) identificando cosas que cuestan dinero, como un
libro, combustible para el auto, o ropa; (iv) conversando sobre lo lindas que
son ciertas actividades que son gratis, como jugar con amigos o pasear al aire
libre.
2. El dinero se gana trabajando. El dinero no crece en los árboles, ni aparece por arte de magia. La
gente trabaja para ganar dinero. Mamá y Papá también tienen que trabajar para ganar
dinero.
Al igual que
en el caso anterior, es esencial conectar este aprendizaje con la realidad.
Ello se puede hacer con actividades tales como: (i) describir tu trabajo a tu
hijo, e incluso –si fuera posible– llevarlo alguna vez allí; (ii) caminar por
tu barrio indicando gente que está trabajando, como el chofer del ómnibus o el
policía; (ii) explicar que cierta gente tiene su propio negocio, como una
boutique o un restaurante, y que a esa gente se la llama emprendedores o
empresarios; (iv) alentar a tu hijo a pensar cómo puede ganar algo de dinero,
como cuidando la mascota de un vecino o ayudando a lavar el automóvil de la
familia; (v) pregúntale de qué le gustaría trabajar cuando sea grande, aunque
todavía tendrá mucho tiempo para elegir su oficio o profesión, no está mal que
comience a pensar en ello desde pequeño.
Un punto muy importante aquí es evitar quejarnos o hablar mal acerca
del trabajo que tengamos, ya que se trata de una circunstancia transitoria,
pero que puede ser muy relevante para fijar el tono emocional de nuestros hijos
respecto a su futura relación con el trabajo.
Es importante tener en cuenta que todas las personas necesitan un poquito de todo, pero es muy difícil enfocarse en las necesidades más elevadas mientras las necesidades más básicas estén insatisfechas. Por ello es que algunas cosas son más necesarias que otras, por ejemplo: comida antes que golosinas o juguetes. Es necesario aprender a priorizar.
Las
necesidades se pueden satisfacer de distintas maneras. La necesidad de comida
se puede satisfacer con alimentos comunes, con una variedad razonable para
conservar la salud y dentro de una ecuación de costo-beneficio razonable. Un
niño necesita comida y bebida, pero no “necesita” una Cajita Feliz de
McDonald’s. En ocasiones el límite puede ser difuso. En general, si se puede
satisfacer una necesidad de manera más económica (o si aún existe alguna
necesidad prioritaria insatisfecha) entonces el objeto deseado no está dirigido
a satisfacer una necesidad sino a darse un gusto. Está bien darse gustos de
cuando en cuando, pero no deben ponerse siempre adelante.
No todas las
personas otorgan la misma relevancia a sus necesidades, por lo que la jerarquía
de necesidades puede tener variaciones de persona a persona. Por ejemplo, para
ciertas personas la necesidad de seguridad económica es más importante que para
otras, por lo que prefieren acumular ahorros, mientras otras prefieren darse
gustos aunque ello implique vivir al día. Lo que no debe hacerse es ignorar o alterar
la jerarquía de las propias necesidades, aplicando un exceso de recursos a
gustos o lujos mientras se aceptan privaciones en cuestiones más importantes
para el largo plazo (como una buena alimentación o elementos para el cuidado de
la salud). En casos extremos, esto es lo que ocurre cuando un gusto se
transforma en una adicción.
¿Cómo se traduce esto a la educación de nuestros hijos? Dándoles la
oportunidad de aprender a priorizar, a entender que hay una diferencia entre
las cosas que quieren y las cosas que necesitan, y que no siempre hay dinero
para ambas.
Actividades para enseñar este punto incluyen: (i) al salir de compras
con tu hijo, señalar elementos esenciales, como comida y ropa, y pedirle a tu
hijo que señale ítems que puede querer pero que son opcionales, como helados y
juguetes; (ii) conversar sobre cómo la familia decide qué comprar y qué no;
(iii) preguntar ¿qué es más importante, comprar gaseosa o leche? ¿Carne o
helado? y utilizar la respuesta para conversar lo que es necesario y qué es un
gusto.
4. A veces hay que esperar. Posponer la satisfacción inmediata de un deseo es una de las habilidades
más importantes que una persona puede adquirir en esta sociedad plagada de
tentaciones, ofertas, publicidades, campañas de marketing y otros mecanismos diseñados
para separarlo lo más rápidamente posible de su dinero. Quienes no puedan
dominar sus impulsos, gastarán dinero en tonterías que serán inútiles en corto
tiempo, o que podrían haber sido conseguidas a un precio mucho menor.
La habilidad
de demorar razonablemente decisiones sobre dinero permite evitar costosos
errores y mantener alternativas abiertas. Quienes puedan posponer una decisión
de consumo, incrementan significativamente sus chances de obtener mejores
resultados en el futuro, tal como lo demostró el famoso experimento de las
golosinas [1].
Algunos padres no tienen
límites cuando se trata de gastar en sus hijos. Otros, sin reflexionar, siguen el
ejemplo fijado por las familias de los compañeros de los niños (donde siempre
se destaca quien más gasta). ¿Por qué privarlo o hacerlo esperar, si puedo
darle eso que pide? Porque aunque pueda dárselo, Ud. le hará mal a su hijo si
le da todo lo que pide: juguetes, golosinas, elementos deportivos, clases
varias, salidas, excursiones y demás.
El gran problema con el concepto de esperar no es entenderlo
intelectualmente, sino resistir las emociones que surgen al intentar aplicarlo.
El desafío es desarrollar la fortaleza interior suficiente para resistir el deseo
arrollador de satisfacer un gusto y tolerar la frustración generada por la demora
o privación. Como toda fortaleza, puede desarrollarse con la práctica. Para
ello, debemos ejercitar a nuestros hijos (y a nosotros mismos) en la
periódica aceptación de pequeñas esperas y privaciones, sin ceder ante
insistencias, argumentos, comparaciones, llantos o escándalos. Como cualquier
otro entrenamiento, al principio será difícil pero con tiempo y práctica
podremos mejorar los resultados.
Ejercicios para transmitir
este concepto incluyen: (i) cuando su hijo esté esperando su turno para un
juego o esperando un día para realizar una actividad programada, debemos
hacerle notar que a veces hay que esperar por las cosas que uno quiere, (ii) cuando
pida un juguete relevante, negociar que lo recibirá como regalo en determinada
fecha (cumpleaños, día del niño, etc.) haciéndole seguir el paso del tiempo
tachando los días en un calendario, (iii) salir a pasear por el shopping mall u
otro lugar donde haya elementos interesantes para su hijo con el acuerdo previo
que será un paseo para ver y que no se comprará nada, exponiéndolo a
tentaciones razonables sin ceder a ellas.
En la próxima
parte de esta nota nos referiremos a conceptos a introducir en las etapas
siguientes de la vida de nuestros hijos, la infancia (6 a 10 años), pubertad
(11 a 13 años), adolescencia (15 a 18 años) y juventud (más de 18 años).
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