miércoles, 20 de agosto de 2014

Nuestros hijos y el dinero (Parte 2)

En la primera parte de esta nota nos enfocamos en las razones por las cuales es conveniente enseñarles a nuestros hijos a manejar el dinero (es uno de los elementos que influirán en su felicidad), cuáles son las diferentes posiciones que las familias adoptan sobre el tema (no hablar, hablar mal o hablar bien) y desde qué edad debiéramos conversar el tema con ellos (desde sus primeros pasos).

Aclarados estos puntos previos, vamos al meollo de la cuestión, ¿Qué debemos enseñar a nuestros hijos sobre el dinero?


Eso dependerá de dos elementos: (i) la edad de su hijo: así como usted no pretenderá enseñar a su hijo a calcular una raíz cuadrada en el primer grado de la escuela primaria, los diversos temas de finanzas personales también tienen contenidos y formas que adecuados según la edad; y (ii) sus propios conocimientos y creencias respecto al manejo del dinero.

Lo que podemos ofrecerle aquí es nuestra visión después de haber reflexionado extensamente sobre el tema. No es una visión estática. Como en cualquier otro ámbito de la vida, de tanto en tanto nos damos cuenta que requiere algún ajuste o agregado. Algunos puntos podrán gustarle o no, podrá estar en desacuerdo con algunos de ellos o tener otros mejores, pero cumplirán su función si le permiten reflexionar sobre qué enseñar a sus hijos sobre el dinero.

A continuación desarrollamos 20 puntos que creemos cubrirán los temas básicos de finanzas personales importantes para nuestros hijos, los cuales hemos dividido en cinco segmentos etarios. Esta división es a modo de referencia, ya que hay niños que tendrán más o menos facilidad que otros para incorporar ciertos temas. Para cada segmento hemos intentado mantener los temas en un mismo orden: (i) qué es y cómo administrar el dinero, (ii) de donde viene el dinero, (iii) a dónde va, y (iv) cómo manejar algunos riesgos. Y dentro de cada tema, intentamos primero brindar una breve explicación del concepto, seguido de la propuesta de algunas actividades para implementarlo con sus hijos.

Primeros Años.

Esta etapa se desarrolla aproximadamente entre los 3 y 5 años. Los conceptos a transmitir son simples, pero es sumamente importante hacerlo con el tono emocional correcto, ya que ello facilitará o entorpecerá su relación con el tema por largo tiempo.

1. El dinero es una herramienta. Como un martillo se usa para clavar clavos, el dinero se usa para comprar cosas (como un helado) o para pagarle a la gente para que haga algo por nosotros (como que un médico te cure cuando estás enfermo).

Como toda herramienta, el dinero es algo bueno porque nos permite obtener cosas que no podríamos hacer solos, como un cuaderno o un televisor. Pero el dinero tampoco sirve para hacer todo. Hay un montón de cosas importantes que son gratis, que no necesitan dinero, como jugar con amigos, visitar familiares, o que mamá o papá cuenten cuentos.

Es importante que nuestros hijos establezcan un correcto contacto emocional con el dinero. La idea es que en el futuro puedan tener una sana relación con sus finanzas personales, sin convertirse en meros acumuladores de dinero, o en personas temerosas de su falta. Para lograr una sana relación debemos amigarlos con el dinero presentándolo como algo lindo y bueno. Debemos permitirle que tengan contacto, de modo que se sientan cómodos en su cercanía. Es esencial evitar afirmaciones negativas, como que el dinero es sucio; tocar dinero no es más sucio que tocar la barra del colectivo, el carrito supermercado, o la silla de un restaurante.

Todo esto es esencial respaldarlo con actividades. Por ejemplo: (i) permitiéndoles jugar con billetes y monedas para que sientan su textura y olor, que se “duchen” arrojando billetes al aire al estilo Rico McPato (por supuesto, en un ambiente cerrado y controlado); (ii) proponiéndoles que identifiquen monedas y billetes, y los ordenen por su valor; (iii) identificando cosas que cuestan dinero, como un libro, combustible para el auto, o ropa; (iv) conversando sobre lo lindas que son ciertas actividades que son gratis, como jugar con amigos o pasear al aire libre.

2. El dinero se gana trabajando. El dinero no crece en los árboles, ni aparece por arte de magia. La gente trabaja para ganar dinero. Mamá y Papá también tienen que trabajar para ganar dinero.

Al igual que en el caso anterior, es esencial conectar este aprendizaje con la realidad. Ello se puede hacer con actividades tales como: (i) describir tu trabajo a tu hijo, e incluso –si fuera posible– llevarlo alguna vez allí; (ii) caminar por tu barrio indicando gente que está trabajando, como el chofer del ómnibus o el policía; (ii) explicar que cierta gente tiene su propio negocio, como una boutique o un restaurante, y que a esa gente se la llama emprendedores o empresarios; (iv) alentar a tu hijo a pensar cómo puede ganar algo de dinero, como cuidando la mascota de un vecino o ayudando a lavar el automóvil de la familia; (v) pregúntale de qué le gustaría trabajar cuando sea grande, aunque todavía tendrá mucho tiempo para elegir su oficio o profesión, no está mal que comience a pensar en ello desde pequeño.

Un punto muy importante aquí es evitar quejarnos o hablar mal acerca del trabajo que tengamos, ya que se trata de una circunstancia transitoria, pero que puede ser muy relevante para fijar el tono emocional de nuestros hijos respecto a su futura relación con el trabajo.

3. “Quiero” es distinto a “necesito”. Como mencionamos al inicio de esta nota, las necesidades humanas pueden ordenarse por jerarquía en una pirámide, con los requerimientos materiales en la base y los espirituales en la cúspide. El siguiente gráfico muestra una interpretación de la jerarquía de necesidades según el modelo tradicional de Maslow:


Es importante tener en cuenta que todas las personas necesitan un poquito de todo, pero es muy difícil enfocarse en las necesidades más elevadas mientras las necesidades más básicas estén insatisfechas. Por ello es que algunas cosas son más necesarias que otras, por ejemplo: comida antes que golosinas o juguetes. Es necesario aprender a priorizar. 

Las necesidades se pueden satisfacer de distintas maneras. La necesidad de comida se puede satisfacer con alimentos comunes, con una variedad razonable para conservar la salud y dentro de una ecuación de costo-beneficio razonable. Un niño necesita comida y bebida, pero no “necesita” una Cajita Feliz de McDonald’s. En ocasiones el límite puede ser difuso. En general, si se puede satisfacer una necesidad de manera más económica (o si aún existe alguna necesidad prioritaria insatisfecha) entonces el objeto deseado no está dirigido a satisfacer una necesidad sino a darse un gusto. Está bien darse gustos de cuando en cuando, pero no deben ponerse siempre adelante.

No todas las personas otorgan la misma relevancia a sus necesidades, por lo que la jerarquía de necesidades puede tener variaciones de persona a persona. Por ejemplo, para ciertas personas la necesidad de seguridad económica es más importante que para otras, por lo que prefieren acumular ahorros, mientras otras prefieren darse gustos aunque ello implique vivir al día. Lo que no debe hacerse es ignorar o alterar la jerarquía de las propias necesidades, aplicando un exceso de recursos a gustos o lujos mientras se aceptan privaciones en cuestiones más importantes para el largo plazo (como una buena alimentación o elementos para el cuidado de la salud). En casos extremos, esto es lo que ocurre cuando un gusto se transforma en una adicción.

¿Cómo se traduce esto a la educación de nuestros hijos? Dándoles la oportunidad de aprender a priorizar, a entender que hay una diferencia entre las cosas que quieren y las cosas que necesitan, y que no siempre hay dinero para ambas.

Actividades para enseñar este punto incluyen: (i) al salir de compras con tu hijo, señalar elementos esenciales, como comida y ropa, y pedirle a tu hijo que señale ítems que puede querer pero que son opcionales, como helados y juguetes; (ii) conversar sobre cómo la familia decide qué comprar y qué no; (iii) preguntar ¿qué es más importante, comprar gaseosa o leche? ¿Carne o helado? y utilizar la respuesta para conversar lo que es necesario y qué es un gusto.

4. A veces hay que esperar. Posponer la satisfacción inmediata de un deseo es una de las habilidades más importantes que una persona puede adquirir en esta sociedad plagada de tentaciones, ofertas, publicidades, campañas de marketing y otros mecanismos diseñados para separarlo lo más rápidamente posible de su dinero. Quienes no puedan dominar sus impulsos, gastarán dinero en tonterías que serán inútiles en corto tiempo, o que podrían haber sido conseguidas a un precio mucho menor.

La habilidad de demorar razonablemente decisiones sobre dinero permite evitar costosos errores y mantener alternativas abiertas. Quienes puedan posponer una decisión de consumo, incrementan significativamente sus chances de obtener mejores resultados en el futuro, tal como lo demostró el famoso experimento de las golosinas [1].

Algunos padres no tienen límites cuando se trata de gastar en sus hijos. Otros, sin reflexionar, siguen el ejemplo fijado por las familias de los compañeros de los niños (donde siempre se destaca quien más gasta). ¿Por qué privarlo o hacerlo esperar, si puedo darle eso que pide? Porque aunque pueda dárselo, Ud. le hará mal a su hijo si le da todo lo que pide: juguetes, golosinas, elementos deportivos, clases varias, salidas, excursiones y demás.

El gran problema con el concepto de esperar no es entenderlo intelectualmente, sino resistir las emociones que surgen al intentar aplicarlo. El desafío es desarrollar la fortaleza interior suficiente para resistir el deseo arrollador de satisfacer un gusto y tolerar la frustración generada por la demora o privación. Como toda fortaleza, puede desarrollarse con la práctica. Para ello, debemos ejercitar a nuestros hijos (y a nosotros mismos) en la periódica aceptación de pequeñas esperas y privaciones, sin ceder ante insistencias, argumentos, comparaciones, llantos o escándalos. Como cualquier otro entrenamiento, al principio será difícil pero con tiempo y práctica podremos mejorar los resultados.

Ejercicios para transmitir este concepto incluyen: (i) cuando su hijo esté esperando su turno para un juego o esperando un día para realizar una actividad programada, debemos hacerle notar que a veces hay que esperar por las cosas que uno quiere, (ii) cuando pida un juguete relevante, negociar que lo recibirá como regalo en determinada fecha (cumpleaños, día del niño, etc.) haciéndole seguir el paso del tiempo tachando los días en un calendario, (iii) salir a pasear por el shopping mall u otro lugar donde haya elementos interesantes para su hijo con el acuerdo previo que será un paseo para ver y que no se comprará nada, exponiéndolo a tentaciones razonables sin ceder a ellas.

En la próxima parte de esta nota nos referiremos a conceptos a introducir en las etapas siguientes de la vida de nuestros hijos, la infancia (6 a 10 años), pubertad (11 a 13 años), adolescencia (15 a 18 años) y juventud (más de 18 años).

* * *


[1] - Así se conoce una serie de estudios sobre la satisfacción retrasada iniciados por Walter Mischel en 1970 en la Universidad de Stanford. En estos estudios, a cada niño estudiado se lo dejaba solo en una habitación con una golosina, diciéndole que podía comerla inmediatamente o bien recibir dos golosinas si esperaba unos 15 minutos hasta el regreso del adulto. En estudios de seguimiento realizados años después, los investigadores comprobaron que los niños que fueron capaces de esperar tendieron a tener mejores resultados en la vida, medidos por logros académicos e índices de salud. 

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