sábado, 26 de julio de 2014

Nuestros hijos y el dinero (Parte 1)

Nuestros hijos reciben su educación en el hogar (de su familia), en la escuela (de sus docentes) y en la calle (de sus amigos) en una mezcla con distintas proporciones. La escuela no les provee conocimientos sobre cómo ganar y administrar dinero, por lo que ellos dependen de nuestra orientación para adquirir conocimientos y hábitos adecuados respecto al manejo de sus finanzas personales. 

Papá, comprame…” es una frase que todo padre escucha con frecuencia. Y la respuesta que le demos generará hábitos de consumo y ahorro que pueden acompañarlos toda la vida, y que tendrán una influencia relevante en su felicidad. Entonces, ¿qué debemos enseñar a nuestros hijos sobre el dinero? 

Antes de responder esta pregunta, creemos que hay que aclarar algunos puntos del contexto:

1. ¿Qué hay de cierto en la relación entre dinero y felicidad? Maslow clasificó las necesidades humanas en una pirámide, con las necesidades materiales en la base y las necesidades espirituales en la cúspide. Si bien volveremos a este punto más adelante, el resumen de la idea es que mientras una persona tenga necesidades materiales insatisfechas (alimento, vestido, sueño, refugio, etc.) no podrá prestar gran atención a satisfacer necesidades de naturaleza más espiritual (por ejemplo: afectos familiares, reconocimiento profesional). La Biblia lo enseña con el milagro de la multiplicación de los panes, donde Jesús mismo se ocupó de alimentar a sus seguidores antes de predicar. 

El dinero es una herramienta excelente para ayudar a satisfacer las necesidades materiales, pero la satisfacción de necesidades espirituales requiere de algo más. Si bien es verdad que no todas las necesidades pueden satisfacerse con dinero (las cosas más hermosas de la vida no se compran con dinero), hay una gran cantidad de ellas que sí, dejando tiempo para perseguir la satisfacción de otras necesidades más elevadas.  Por tanto, aunque el dinero no es suficiente para ser feliz, lo cierto es que el dinero si es necesario.  

Una conocida fórmula popular lo resume diciendo que la felicidad depende de tener salud, dinero y amor. Y tanto la salud como el amor pueden verse seriamente afectados por la falta de dinero, como lo demuestra -por ejemplo- el elevado costo de ciertos tratamientos médicos o la circunstancia que más de la mitad de los divorcios tienen su causa en discusiones sobre temas de dinero personales. Eso le da cierto valor a los conocidos refranes que sostienen que “El dinero no hace la felicidad, pero la compra hecha”, o que “Ser feliz cuesta plata”. 

Antes que nos acusen de materialistas, debe notarse que –como ocurre en la mayoría de los ámbitos de la vida– esta cuestión tiene varios matices:  
  • La relación no es proporcional. En primer lugar debe notarse que la relación entre dinero y felicidad no es directamente proporcional, en el sentido que no es cierto que a más dinero necesariamente habrá más felicidad. En economía a esto se lo conoce como la paradoja de Easterlin, que no es más que una aplicación de la ley de las utilidades decrecientes. Al igual que los vasos de agua en el desierto (donde el primero tiene un enorme valor, el segundo algo menor, y así sucesivamente), la felicidad proveniente del dinero decrece con cada unidad adicional de ingreso o consumo. Así, ganar un millón de dólares puede hacernos muy felices a nosotros, pero probablemente no tendrá el mismo efecto en la felicidad de Bill Gates.  
  • Cuestión de expectativas. Incrementar los ingresos permite acceder a más y mejores bienes y servicios, pero esto no garantiza que una persona sea más feliz. Entre otras razones, esto ocurre porque cuando los ingresos aumentan también aumentan los compromisos de gastos, lo que frustra la expectativa de que el dinero alguna vez sea suficiente. La felicidad o satisfacción no depende de lo que alcanzamos, sino de la diferencia entre lo que creíamos que íbamos a obtener (expectativas) y lo que finalmente obtuvimos (realidad). 
  • Importa el cómo. La felicidad no depende de cuánto gana una persona, sino de lo que hace con lo que tiene. Hay estudios que demuestran que la satisfacción no se relaciona tanto con cuánto gastamos sino con cómo o en qué gastamos. Dentro de un sano equilibrio entre ahorro y consumo, aplicar dinero en experiencias (salidas, viajes), cumplir objetivos (comprar un inmueble) o ayudar a otros (donaciones) suele ser mucho más satisfactorio que el mero consumo de bienes en forma individual [1].
2. ¿Qué enseñan los padres sobre dinero? En general, no es habitual que los padres tengan la cuestión del dinero claramente identificada como un tema a conversar con a sus hijos.  En nuestra experiencia, las posturas más habituales sobre el tema han sido:
  • De eso no se habla. Para muchos padres, hablar de dinero con los niños es un tema tabú. Algunos padres piensan que hablar de ese tema afectará la infancia de sus hijos o que será perder el tiempo porque no lo van a entender. En este contexto, es probable que los niños sólo escuchen hablar de dinero ante una discusión entre sus padres o una crisis financiera, por lo que asociarán dinero con algo negativo. A falta de enseñanza en el hogar, es probable que aprendan sus lecciones financieras por el camino difícil, cometiendo errores caros. Y cuantos más errores cometan, más dinero perderán y más estrés tendrán.   
  • El dinero es un problema. Otros padres pueden hablar sobre dinero, pero –sin mala intención– transmitir malos hábitos sobre su manejo: sucumbir continuamente a tentaciones; hacer cantidad de compras a crédito y tomar como algo natural vivir pagando cuotas; no distinguir entre lo que necesita y lo que simplemente quiere; comprar cosas para levantarse el ánimo; buscar frenéticamente un negocio salvador para hacerse rico de manera instantánea; considerar que invertir en la bolsa es lo mismo que ir al casino. Como en muchas otras áreas, los consejos y ejemplos familiares errados pueden generar problemas por el resto de sus vidas. 
  • Aprendamos a usar el dinero. Otros padres intentan transmitir buenas enseñanzas: hacer un plan y controlarlo; no gastar más de lo que se gana; ahorrar dinero para metas futuras; realizar inversiones sólidas a largo plazo; contratar seguros adecuados; no hacer ostentación de riquezas; ser reservado con los temas de dinero. Esto no garantiza que sus hijos no cometerán errores (pueden cometerlos simplemente por rebeldía adolescente), pero estarán mucho mejor preparados para administrarse y cumplir cualquier meta que se fijen. 
Cualquiera sea la posición que hayamos tomado, la buena noticia es que siempre podemos mejorar. 

Pero yo no sé nada de eso. ¿Cómo voy a enseñarle a manejar dinero a mi hijo si yo no sé?” me dijo una madre. Bueno… ¡pueden aprender juntos! No importa qué tan poco sepa, siempre puede informarse. Si no sabe, estudie. Si no puede, pida ayuda. Y si no quiere, recuerde que los problemas que hoy ignore volverán en el futuro para tomar venganza.

3. ¿Desde qué edad debemos hablar de dinero con nuestros hijos? Tengo una noticia para usted: si su hijo mira televisión –y no conozco ningún niño que no lo haga– alguien más ya le está hablando de dinero al presentarle innumerables estímulos para el consumo. Siéntese a ver una tanda publicitaria en un canal infantil y podrá verlo de primera mano. Incluso un video educativo intenta venderle otros videos del mismo sello. Si usted no tiene un plan para su hijo, su hijo será parte del plan de alguien más, comenzando por el área comercial de las empresas que venden películas, figuritas, juguetes, golosinas, alimentos, revistas, ropa…

En el mundo de hoy, donde los niños son decisores de consumos familiares a temprana edad y los adultos están enfrascados en trabajos que les toman cada vez más tiempo y energías, muchas relaciones familiares con los niños se han mercantilizado, reemplazando tiempo y atención por cosas materiales. Dar cosas materiales a los niños para aplacar sus ansias de atención es un parche de muy corto plazo, que sólo lleva al pedido de una cosa nueva apenas pasada la novedad. 

Papá, comprame” o “Abuela, ¿qué me trajiste?” reflejan hábitos adquiridos por los más pequeños. Respuestas como “no” o “nada” a veces pueden ser difíciles, porque generan culpa en adultos que no tienen tiempo o energías para prestarles la atención requerida. Pero decirles que “no”, no es un pecado. El “no” educa. Y si es seguido de la explicación adecuada y complementado con un tiempo de atención a los pequeños, es un momento excelente para su educación. 

En este contexto, es mejor que usted tome una decisión consciente sobre la educación de sus hijos en temas de manejo personal del dinero a la edad más temprana posible. Por supuesto que tendrá que seleccionar con cuidado el lenguaje adecuado a cada edad, pero lo peor que puede hacer es posponer el tema. Téngales fe. Si utiliza el lenguaje apropiado para su edad, pueden entender mucho más de lo que usted cree. 

(continuará)
* * *

En la próxima parte de esta nota nos ocuparemos de los temas esenciales de manejo de dinero en que creemos debe enfocarse la educación según la edad de nuestros hijos.

[1] - Ser feliz cuesta plata, Inversor Global, 23.Sep.2013

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