La “tolerancia cero” fue un slogan político popularizado por Rudolph Giuliani como intendente de Nueva York en los ’90, que refería a un plan de acción para sancionar las pequeñas faltas, de modo de evitar que se instale una sensación de impunidad que invite a cometer faltas cada vez más graves. “Tolerancia cero” no significa ser excesivamente duro en la sanción con los responsables (eso sería un abuso, y como tal, tampoco debe ser tolerado), sino sancionar leve pero razonablemente cada pequeña falta para detener la escalada de infracciones.
Este slogan “tolerancia cero” tiene sus raíces en un experimento de psicología social realizado en 1969 en la Universidad de Stanford, Estados Unidos, del cual surgió la “teoría de las ventanas rotas”. Es interesante repasar esta teoría, que da fundamentos al plan de acción.
En 1969, el profesor Philip Zimbardo dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada sitio.
Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser vandalizado en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, el radio, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no, lo destruyeron. En cambio el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto.
Es común atribuir a la pobreza las causas del delito. Atribución en la que coinciden las posiciones ideológicas más conservadoras, tanto de derecha como de izquierda. Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí: cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba una semana impecable, los investigadores decidieron romper un vidrio del automóvil de Palo Alto, California. El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx de Nueva York y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre. ¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo?
No se trata de pobreza. Evidentemente es algo que tiene que ver con la psicología, el comportamiento humano y con las relaciones sociales. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que todo vale nada. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos, cada vez peores, se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional.
En experimentos posteriores (James Q. Wilson y George Kelling) desarrollaron la “teoría de las ventanas rotas”, teoría que -desde un punto de vista criminológico- concluye que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores.
Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro, y esto es algo que parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito. Si se cometen “pequeñas faltas” como estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja, y estas pequeñas faltas no son sancionadas, entonces comenzarán a desarrollarse faltas mayores y luego delitos cada vez más graves.
Consideremos el caso de un conductor que acostumbre a pasar semáforos en rojo, sin sanción alguna hasta que provoque una muerte. ¿No hubiera sido mejor labrarle dos o tres actas de infracción sancionadas con multa, que lo llamen a reflexionar y respetar las señales de tránsito; en lugar de arruinar dos vidas (la de la víctima y la del conductor) con una muerte prematura y una condena a prisión?
Lo mismo aplica a los espacios urbanos. Si los parques y otros espacios públicos son deteriorados progresivamente y nadie toma acciones al respecto, estos lugares serán abandonados por la mayoría de la gente y progresivamente ocupados por los delincuentes. En un círculo vicioso, menos gente irá a esos espacios por temor a las pandillas y más pandilleros ocuparán el lugar.
La conclusión de los estudiosos fue que muchos males sociales crecen ante un entorno de descuido y desorden.
Lo mismo puede verse en cualquier hogar: si la cabeza de la familia deja que su casa tenga algunos desperfectos, como falta de pintura de las paredes en mal estado, malos hábitos de limpieza, malos hábitos alimenticios, malas palabras, falta de respeto entre los miembros del núcleo familiar, etc., entonces poco a poco se caerá en un descuido de las relaciones interpersonales de los familiares y comenzarán a crear malas relaciones con la sociedad en general.
Esa puede ser una hipótesis que explique la descomposición de la sociedad. La falta de apego a los valores universales, la falta de respeto de la sociedad entre sí y hacia las autoridades, y viceversa, la corrupción en todos los niveles, la falta de educación y formación de cultura urbana, la falta de oportunidades, generan comunidades con “ventanas rotas”, que continuarán su camino descendente hasta que aparezca alguien dispuesto a repararlas.
La teoría de las ventanas rotas fue aplicada por primera vez a mediados de la década de los ‘80 en el metro de Nueva York, el cual se había convertido en el punto más peligroso de la ciudad. Se comenzó por combatir las pequeñas transgresiones: graffitis deteriorando el lugar, suciedad en las estaciones, ebriedad entre el público, evasiones del pago del pasaje, pequeños robos y desórdenes. Los resultados fueron evidentes. Comenzando por lo pequeño se logró hacer del metro un lugar seguro.
Posteriormente, en 1994, Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, basado en la teoría de las ventanas rotas y en la experiencia del metro, impulsó una política de “tolerancia cero”. La estrategia consistía en crear comunidades limpias y ordenadas, no permitiendo transgresiones a la ley y a las normas de convivencia urbana. El resultado práctico fue un enorme abatimiento de todos los índices criminales de la ciudad de Nueva York.
La expresión “tolerancia cero” suena a una especie de solución autoritaria y represiva, pero su concepto principal es más bien la prevención y promoción de condiciones sociales de seguridad. No se trata de linchar al delincuente, ni de la prepotencia de la policía. De hecho, respecto de los abusos de autoridad, debe también aplicarse la tolerancia cero. No es tolerancia cero frente a la persona que comete el delito, sino tolerancia cero frente al delito mismo. Se trata de crear comunidades limpias, ordenadas, respetuosas de la ley y de los códigos básicos de la convivencia social humana.
En este contexto, hablar de “tolerancia cero” en las escuelas no es una conducta “autoritaria” sino un ejercicio razonable de la autoridad que se confiere a los directivos de una institución escolar para cumplir su deber de educar. En este sentido, las escuelas deberían sancionar las pequeñas faltas desde comienzos del ciclo escolar. Una amonestación en Marzo o una suspensión en Julio pueden prevenir una falta grave que amerite la expulsión de un alumno en Noviembre.
Dejar pasar las pequeñas faltas y sancionar sólo cuando la situación escale a un grado intolerable, ignorando previas quejas de los perjudicados y sin considerar que la propia omisión de sanción contribuyó a esa escalada, sería una actitud negligente por parte de los adultos responsables que omitieron colocar límites a tiempo a un alumno que los necesita para insertarse de manera saludable en su grupo de pares.
Como padres, creo que debemos acompañar este ejercicio responsable
de la autoridad, y exigirlo cuando sea ignorado.
También debemos cuidar el “frente interno” y reparar
cualquier “ventana rota” que encontremos en nuestro hogar. Evitar que la
familia utilice malas palabras, mejorar los hábitos alimenticios, esforzarnos
en mantener la casa en orden y hacer nuestras tareas a diario, son maneras de
demostrar nuestro compromiso con la educación de nuestros hijos.
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(Agradezco a un autor
anónimo que envió una cadena por correo electrónico sobre la “teoría de las ventanas
rotas", algunos de cuyos párrafos utilicé para escribir esta nota. Me encantaría
citarlo, por lo que agradeceré cualquier dato sobre la fuente.)
Tolerancia cero es un slogan muy fuerte. Da la idea de "no dejar pasar una" sin que importen las circunstancias. Tal vez es demasiado elaborado para este blog, pero hay un principio jurídico que indica que sólo se puede sancionar a quien es culpable. Me preocupa que algunos docentes, que habitualmente no respetan esto y sancionan a todo el curso por la falta de uno o algunos, puedan sentirse envalentonados si escuchan que la institución propugna la tolerancia cero. En ese caso, lo único que vamos a conseguir es que sean más arbitrarios.
ResponderEliminarJaime, Muy bueno tu comentario. A ello puedo decirte: (1) tolerancia cero no puede utilizarse como slogan y nada más. Su implementación requiere educación… de los docentes, para que aprendan a aplicarlo, (2) desde lo jurídico, tolerancia cero es una aplicación del principio de igualdad, todas las faltas deben sancionarse. Lo que no puede tolerarse es la arbitrariedad de los tiempos de Rosas: “a los amigos, todo; a los enemigos, la ley” (cualquier parecido con la actualidad es coincidencia). (3) tolerancia cero no es sanciones exorbitantes o aplicadas al grupo. Eso sí es arbitrariedad y debe evitarse. Tolerancia cero es sanciones adecuadas a la gravedad de la infracción. No sirve de nada dejar pasar una, dos, tres… hasta que cometen una falta tan grande que no hay más remedio que expulsar al infractor.
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