La situación ha cambiado un poco en los últimos años. Ayer los episodios de violencia escolar eran entre pares, con episodios puntuales que duraban poco tiempo. Cualquier adulto -docente o no- tenía la autoridad y voluntad para detener cualquier evento de agresión.
Hoy la mayoría de adultos protectores se han retirado, y los episodios de agresión se multiplican y extienden en el tiempo. Adultos que presencian hechos de agresión los minimizan o miran para otro lado. “No te metas. A ver si los padres de alguno de ellos después te agrede a vos” parece ser la regla de conducta. ¿Qué está pasando?
Estos fenómenos de comportamiento escolar agresivo repetido
en el tiempo, hoy llamados bullying o acoso escolar, tienen perplejo a más de
un directivo o docente que no saben qué hacer. En general son agresiones de
baja intensidad, pero de gran importancia para los chicos que los viven y
observan. Lamentablemente, en ocasiones cobran proporciones de película de
terror.
Tal vez el ejemplo más recordado fue el tiroteo en la escuela secundaria de Columbine en 1999, pero no fue el único. Investigaciones posteriores demostraron que en doce de quince tiroteos escolares ocurridos en Estados Unidos durante la década de los ’90, los tiradores tenían una historia de haber sido acosados. Lo mismo ocurrió en los dos tiroteos más conocidos ocurridos en escuelas argentinas, uno en Rafael Calzada ocurrido en agosto de 2000 (1 muerto y 1 herido) y otro en Carmen de Patagones en septiembre de 2004 (3 muertos y 5 heridos).
Lo más triste es que la mayoría de estos episodios son
evitables implementando claros y sencillos mecanismos de prevención y
respuesta, que pueden implementar cualquiera de los actores (alumnos, padres y
docentes) según exponemos en la siguiente presentación.
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