Otras
veces, esas mismas escuelas se quejan que los padres están demasiado presentes, que intervienen
ayudando a sus hijos en las tareas para el hogar, enseñándoles a dirigirse a
los adultos, comunicándose directamente con docentes o directivos con preguntas
o informaciones específicas, e incluso -de tiempo en tiempo- pidiendo alguna
aclaración o cuestionando alguna decisión del docente.
Con
tendencia salomónica, uno supondría que la situación ideal se encuentra en el
punto medio, ni ausencia ni demasiada presencia de los padres. ¿Es así?
Después
del discurso sobre los padres como primeros educadores, en mayor o menor grado
muchas escuelas niegan de hecho este discurso e intentan asumir el rol de únicas
gestoras de la educación de los alumnos, generalmente con el argumento que son
las únicas especialistas en el tema, y solicitando a los padres que acompañen
sus decisiones en un rol pasivo, esto es: que se notifiquen de las
comunicaciones de la escuela, que asistan a reuniones, que respalden sus
decisiones y se hagan cargo de solucionar todas las urgencias que la falta de
planeamiento docente genera. Los padres más cómodos para tales escuelas no son
los ausentes ni los proactivos, sino los reactivos, que la acompañen en toda
decisión, sin cuestionarla ni quejarse.
En
muchas ocasiones existe la sensación que estas escuelas anhelan usuarios
-alumnos y padres- dóciles, que se conformen con los servicios prestados
cualquiera sea su calidad, que no se quejen, y que soporten o solucionen los fallos
de servicio sin exigir mayor tiempo o esfuerzo de docentes o directivos,
quienes ya están ocupados con diversos problemas internos.
Por
su parte, los usuarios del sistema educativo -alumnos y padres- tienen
expectativas de recibir servicios de calidad, actualizados y con cierta
personalización, que a corto plazo despierten el interés y motivación de los
alumnos, y a largo plazo les sean útiles en su ingreso y desempeño en la
universidad o el mercado laboral. Los usuarios pueden aceptar que los servicios
no sean perfectos, pero no están dispuestos a aceptar algo que esté muy por
debajo de sus expectativas, y menos aún cuando algunos de ellos pagan por el
servicio cuatro veces: con sus impuestos la escuela pública, con el arancel la
escuela privada, con los honorarios la maestra particular, y con tiempo propio
para hacer (los alumnos) y ayudar (los padres) en las tareas para el hogar o en
el estudio para los exámenes. Si el servicio que reciben está muy por debajo de
sus expectativas, presentarán sus quejas por más que quienes lo presten
invoquen la condición de especialistas en una temática (pedagogía) que aún
tiene mucho camino científico por recorrer.
Esta
expectativa de personalización del
servicio se opone a la filosofía de línea
de montaje que todavía se aplica en las escuelas, donde los contenidos son
pautados y uniformados, y los niños avanzan a través de etapas claramente
marcadas. En el pasado, esta estandarización permitió incrementar volumen de
alumnos a cambio de resignar personalización, queja inmortalizada por Pink
Floyd en su canción “Otro ladrillo en la pared”. Esta estandarización pudo
resultar aceptable en otras épocas, pero dista de ser adecuada en la sociedad
actual, donde infinitas organizaciones han demostrado la posibilidad de
personalizar todo servicio en gran detalle (basta observar el caso de un
restaurante, que prepara un plato distinto para cada comensal).
Cuando
estas escuelas enfrentan las quejas de los usuarios por fallas de servicio, sus
reacciones usuales incluyen:
(a) negar la falla del servicio, a veces sin mayor fundamento que el espíritu de cuerpo entre directivos y docentes;
(b) intentar atribuir la falla al alumno (“veamos qué dice la psicopedagoga”) o la familia (“¿tiene algún problema en casa?”);
(c) presionar para transferir el problema a los alumnos y sus padres, continuando con un deficiente servicio de enseñanza pero elevando la vara en el servicio de evaluación; o
(d) desentenderse del problema, sosteniendo que es parte del proyecto educativo que los padres aceptaron cuando decidieron ingresar a esa escuela, negándose a reconocer la diferencia entre lo prometido en el proyecto educativo y lo entregado mediante su implementación.
Notemos
que todas estas respuestas serían inmediatamente rechazadas de provenir de
cualquier otro proveedor de servicios, dando lugar a reclamos de los usuarios
ante autoridades administrativas o incluso judiciales.
Visto
el camino recorrido y donde estamos, creo que los padres no debiéramos
continuar por esta senda. Continuar con un sistema educativo donde las escuelas
pretenden gestionar con exclusividad la educación de nuestros hijos, limitándose
a transmitir conocimientos muchas veces inútiles o desactualizados, empleando
métodos y herramientas perimidas, sin objetivos claros, medibles y medidos,
pretendiendo relegar a los padres a un rol pasivo o reactivo, es una muy mala
receta para la vida de nuestros hijos.
Contestando
mi pregunta inicial… no creo que el rol de los padres deba situarse en un punto
medio entre ausentes y demasiado presentes, entendido dicho
punto como padres reactivos que
acepten la posición de la escuela sin cuestionarla.
Tampoco creo que la solución sea plantear
el tema en términos de confrontación
escuela versus usuarios. Eso sería una fórmula explosiva. Los reclamos de los
usuarios inundarían las escuelas, que canalizarían sus recursos al manejo del
conflicto con los padres en lugar de aplicarlos a la enseñanza de los alumnos.
La
respuesta debiera estar en que los padres adopten un rol proactivo coordinado con
la escuela, buscando ayudarla a implementar un proceso de mejora continua
orientado al servicio de enseñanza, que brinde a los padres la oportunidad de incrementar
la calidad del servicio prestado a sus hijos; que dé a los alumnos oportunidad
de enfocarse en temas interesantes; y que permita a los docentes sentirse
realizados en el plano personal y profesional, lo que cada vez parece más
difícil en un ámbito laboral con escasas recompensas materiales, objetivos
confusos y crecientes regulaciones.
Para
lograr esto, los padres no debemos esperar que otros hagan el trabajo por
nosotros. Debemos involucrarnos e intentar generar diálogo con la escuela, para
colaborar con ella. Muchas escuelas se resistirán, argumentando que los padres
no están capacitados, o que no se pondrían de acuerdo en qué hacer, o que consumirán
el tiempo de los directivos y docentes para tareas distintas a la enseñanza (parecieran
tener un mantra contra la gestión compartida, como si los usuarios no tuvieran ningún
comentario o aporte respecto a la calidad del servicio que reciben).
En
lo personal creo que tales argumentos no son más que excusas para mantener el status quo. Por supuesto que la
intervención de los padres tomará tiempo de directivos y docentes… pero será
del mismo tiempo que ellos deben aplicar a identificar e implementar mejoras al
servicio. ¿Qué mejor que compartir la tarea con los mismos usuarios, que proveerán
sus puntos de vista en tiempo real? Por supuesto que algunos padres podrán no
estar capacitados y que en algunas ocasiones no habrá acuerdos… pero esto es la
esencia del trabajo en colaboración. Cualquiera que haya asistido a una reunión
de consorcio sabe que no todos los vecinos asisten y que, aquellos que sí lo
hacen, no siempre están de acuerdo. Sin embargo, existen un mecanismo para
tomar decisiones (el voto en el caso del consorcio) y el consorcio avanza. Un
mecanismo similar puede implementarse en las escuelas.
Hasta
que ello ocurra, creo que la mejor manera en que los padres pueden ejercer un
rol proactivo coordinado es comenzar por
identificar una oportunidad de mejora, diseñar su implementación, presentar la
propuesta y obtener los recursos necesarios para implementarla. Un pequeño
éxito podrá abrir la puerta a otras oportunidades, y generar así un círculo
virtuoso.
Si
bien la educación primaria y secundaria es un sector donde las decisiones de
consumo generalmente se toman una vez por año (“¿nos quedamos en esta escuela o vamos a otra?”), con el tiempo los
usuarios que no reciban un servicio adecuado votarán con los pies y cambiarán
de proveedor. Las escuelas que no se adapten al cambio poco a poco perderán su
conjunto de usuarios a manos de otras alternativas: escuelas más flexibles,
escuelas con menor servicio y costo pero que se puedan complementar con un
tutor particular, o incluso la educación en el hogar (tendencia que ya tiene
más de un millón y medio de usuarios en países angloparlantes).
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