viernes, 14 de junio de 2013

Rol de los padres ante la escuela.

Es habitual escuchar que los padres son los primeros educadores y que las escuelas (y colegios, institutos, liceos, etc.) cumplen un rol de apoyo para ocuparse de la enseñanza de contenidos. Cuando se escucha este discurso en algunas escuelas, no es raro que siga una queja respecto a que los padres no se involucran o están ausentes en la educación de sus hijos.

Otras veces, esas mismas escuelas se quejan que los padres están demasiado presentes, que intervienen ayudando a sus hijos en las tareas para el hogar, enseñándoles a dirigirse a los adultos, comunicándose directamente con docentes o directivos con preguntas o informaciones específicas, e incluso -de tiempo en tiempo- pidiendo alguna aclaración o cuestionando alguna decisión del docente. 

Con tendencia salomónica, uno supondría que la situación ideal se encuentra en el punto medio, ni ausencia ni demasiada presencia de los padres. ¿Es así?

Después del discurso sobre los padres como primeros educadores, en mayor o menor grado muchas escuelas niegan de hecho este discurso e intentan asumir el rol de únicas gestoras de la educación de los alumnos, generalmente con el argumento que son las únicas especialistas en el tema, y solicitando a los padres que acompañen sus decisiones en un rol pasivo, esto es: que se notifiquen de las comunicaciones de la escuela, que asistan a reuniones, que respalden sus decisiones y se hagan cargo de solucionar todas las urgencias que la falta de planeamiento docente genera. Los padres más cómodos para tales escuelas no son los ausentes ni los proactivos, sino los reactivos, que la acompañen en toda decisión, sin cuestionarla ni quejarse.

En muchas ocasiones existe la sensación que estas escuelas anhelan usuarios -alumnos y padres- dóciles, que se conformen con los servicios prestados cualquiera sea su calidad, que no se quejen, y que soporten o solucionen los fallos de servicio sin exigir mayor tiempo o esfuerzo de docentes o directivos, quienes ya están ocupados con diversos problemas internos.

Por su parte, los usuarios del sistema educativo -alumnos y padres- tienen expectativas de recibir servicios de calidad, actualizados y con cierta personalización, que a corto plazo despierten el interés y motivación de los alumnos, y a largo plazo les sean útiles en su ingreso y desempeño en la universidad o el mercado laboral. Los usuarios pueden aceptar que los servicios no sean perfectos, pero no están dispuestos a aceptar algo que esté muy por debajo de sus expectativas, y menos aún cuando algunos de ellos pagan por el servicio cuatro veces: con sus impuestos la escuela pública, con el arancel la escuela privada, con los honorarios la maestra particular, y con tiempo propio para hacer (los alumnos) y ayudar (los padres) en las tareas para el hogar o en el estudio para los exámenes. Si el servicio que reciben está muy por debajo de sus expectativas, presentarán sus quejas por más que quienes lo presten invoquen la condición de especialistas en una temática (pedagogía) que aún tiene mucho camino científico por recorrer.

Esta expectativa de personalización del servicio se opone a la filosofía de línea de montaje que todavía se aplica en las escuelas, donde los contenidos son pautados y uniformados, y los niños avanzan a través de etapas claramente marcadas. En el pasado, esta estandarización permitió incrementar volumen de alumnos a cambio de resignar personalización, queja inmortalizada por Pink Floyd en su canción “Otro ladrillo en la pared”. Esta estandarización pudo resultar aceptable en otras épocas, pero dista de ser adecuada en la sociedad actual, donde infinitas organizaciones han demostrado la posibilidad de personalizar todo servicio en gran detalle (basta observar el caso de un restaurante, que prepara un plato distinto para cada comensal).

Cuando estas escuelas enfrentan las quejas de los usuarios por fallas de servicio, sus reacciones usuales incluyen:
   (a) negar la falla del servicio, a veces sin mayor fundamento que el espíritu de cuerpo entre directivos y docentes;
   (b) intentar atribuir la falla al alumno (“veamos qué dice la psicopedagoga”) o la familia (“¿tiene algún problema en casa?”);
   (c) presionar para transferir el problema a los alumnos y sus padres, continuando con un deficiente servicio de enseñanza pero elevando la vara en el servicio de evaluación; o
   (d) desentenderse del problema, sosteniendo que es parte del proyecto educativo que los padres aceptaron cuando decidieron ingresar a esa escuela, negándose a reconocer la diferencia entre lo prometido en el proyecto educativo y lo entregado mediante su implementación.

Notemos que todas estas respuestas serían inmediatamente rechazadas de provenir de cualquier otro proveedor de servicios, dando lugar a reclamos de los usuarios ante autoridades administrativas o incluso judiciales.

Visto el camino recorrido y donde estamos, creo que los padres no debiéramos continuar por esta senda. Continuar con un sistema educativo donde las escuelas pretenden gestionar con exclusividad la educación de nuestros hijos, limitándose a transmitir conocimientos muchas veces inútiles o desactualizados, empleando métodos y herramientas perimidas, sin objetivos claros, medibles y medidos, pretendiendo relegar a los padres a un rol pasivo o reactivo, es una muy mala receta para la vida de nuestros hijos.

Contestando mi pregunta inicial… no creo que el rol de los padres deba situarse en un punto medio entre ausentes y demasiado presentes, entendido dicho punto como padres reactivos que acepten la posición de la escuela sin cuestionarla.

Tampoco creo que la solución sea plantear el tema en términos de confrontación escuela versus usuarios. Eso sería una fórmula explosiva. Los reclamos de los usuarios inundarían las escuelas, que canalizarían sus recursos al manejo del conflicto con los padres en lugar de aplicarlos a la enseñanza de los alumnos.

La respuesta debiera estar en que los padres adopten un rol proactivo coordinado con la escuela, buscando ayudarla a implementar un proceso de mejora continua orientado al servicio de enseñanza, que brinde a los padres la oportunidad de incrementar la calidad del servicio prestado a sus hijos; que dé a los alumnos oportunidad de enfocarse en temas interesantes; y que permita a los docentes sentirse realizados en el plano personal y profesional, lo que cada vez parece más difícil en un ámbito laboral con escasas recompensas materiales, objetivos confusos y crecientes regulaciones.

Para lograr esto, los padres no debemos esperar que otros hagan el trabajo por nosotros. Debemos involucrarnos e intentar generar diálogo con la escuela, para colaborar con ella. Muchas escuelas se resistirán, argumentando que los padres no están capacitados, o que no se pondrían de acuerdo en qué hacer, o que consumirán el tiempo de los directivos y docentes para tareas distintas a la enseñanza (parecieran tener un mantra contra la gestión compartida, como si los usuarios no tuvieran ningún comentario o aporte respecto a la calidad del servicio que reciben).

En lo personal creo que tales argumentos no son más que excusas para mantener el status quo. Por supuesto que la intervención de los padres tomará tiempo de directivos y docentes… pero será del mismo tiempo que ellos deben aplicar a identificar e implementar mejoras al servicio. ¿Qué mejor que compartir la tarea con los mismos usuarios, que proveerán sus puntos de vista en tiempo real? Por supuesto que algunos padres podrán no estar capacitados y que en algunas ocasiones no habrá acuerdos… pero esto es la esencia del trabajo en colaboración. Cualquiera que haya asistido a una reunión de consorcio sabe que no todos los vecinos asisten y que, aquellos que sí lo hacen, no siempre están de acuerdo. Sin embargo, existen un mecanismo para tomar decisiones (el voto en el caso del consorcio) y el consorcio avanza. Un mecanismo similar puede implementarse en las escuelas.

Hasta que ello ocurra, creo que la mejor manera en que los padres pueden ejercer un rol proactivo coordinado es comenzar por identificar una oportunidad de mejora, diseñar su implementación, presentar la propuesta y obtener los recursos necesarios para implementarla. Un pequeño éxito podrá abrir la puerta a otras oportunidades, y generar así un círculo virtuoso.

Si bien la educación primaria y secundaria es un sector donde las decisiones de consumo generalmente se toman una vez por año (“¿nos quedamos en esta escuela o vamos a otra?”), con el tiempo los usuarios que no reciban un servicio adecuado votarán con los pies y cambiarán de proveedor. Las escuelas que no se adapten al cambio poco a poco perderán su conjunto de usuarios a manos de otras alternativas: escuelas más flexibles, escuelas con menor servicio y costo pero que se puedan complementar con un tutor particular, o incluso la educación en el hogar (tendencia que ya tiene más de un millón y medio de usuarios en países angloparlantes).

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