miércoles, 3 de abril de 2013

Enseñanzas morales

Desde la escandalosa quiebra de Enron en 2001, los medios de prensa del mundo entero incrementaron su cobertura sobre malas prácticas en los negocios. Desde flagrantes delitos, como pago de sobornos, uso de información privilegiada, lavado de activos, balances falsos, publicidad engañosa y acuerdos de precios; hasta conductas reprochables como la precarización del empleo, aprovechamiento de regulaciones deficientes (como las que causaron la crisis de hipotecas en Estados Unidos y consiguiente crisis internacional a partir de 2008), reducción en la calidad y seguridad de productos de consumo, y otras.

Mucha gente atribuye parte de la culpa por tales faltas a la deficiente formación ética impartida en las escuelas de negocios a los profesionales que administran esas empresas. Pero la formación ética de una persona comienza mucho más temprano, en el hogar y en la escuela inicial. ¿Qué principios éticos estamos (o no estamos) enseñando a nuestros hijos?
 
Vivimos insertos en una sociedad que exalta el éxito económico y ha relajado sus exigencias morales en muchos ámbitos. La relatividad de la física fue reinterpretada como relativismo en las ciencias sociales: cualquier resultado está bien, se perdió la diferencia entre bien y mal. Y la formación de los niños parece querer perpetuar esto con su continua ignorancia de la dimensión ética de diversos temas. Demasiado seguido encontramos ejemplos de la letra de Cambalache, “… Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador…”.  

Está en nosotros aportar nuestro grano de arena para cambiar eso. ¿Qué podemos hacer? Propongo acciones en tres ámbitos:

1.       Empecemos por nosotros mismos, que somos el primer ejemplo para nuestros hijos. Miremos nuestro interior. Como sea que nos encontremos, es probable que encontremos algo que podemos mejorar. Tomemos el compromiso de ser mejores personas. Oportunidades abundan. Por ejemplo:
·         No demos excusas como el tránsito por llegar tarde, si en verdad no fuimos previsores. Y la próxima vez, salgamos con más tiempo.
·         No hablemos mal de otras personas a su espalda. Particularmente, no repitamos información dañina de segunda mano. Si no podemos decir algo bueno de alguien, no digamos nada.
·         No nos apuremos a juzgar una persona o situación sin conocer todos los hechos.
·         Seamos corteses, sobre todo con quienes hayan tenido menos suerte que nosotros en la vida.
·         Si nos equivocamos en algo, no demos razones. Pidamos disculpas e intentemos reparar el daño.
·         Controlemos nuestras reacciones emocionales. Evitemos ofuscarnos al manejar o practicar un deporte, elevar la voz o usar palabras duras para imponer una idea.
·         Cuando debamos elegir entre una acción correcta y una conveniente, elijamos la correcta.

Ya sé que mucha gente pensará que soy un ingenuo. Que algunos de estos consejos van contra una saludable auto-preservación. Creo que no es así. No propongo asumir culpas de otros ni publicar a los cuatro vientos las faltas propias, sino prestar atención activa para evitar incurrir en tales faltas. Si bien en algunas ocasiones ello puede ser inconveniente a corto plazo, creo que a largo plazo construye una reputación que nos será de suma ayuda en muchas ocasiones.

2.       Continuemos por nuestro entorno. Si bien el ejemplo es una herramienta muy útil, para que tenga mayor efecto es necesario proyectarlo. Una manera de comenzar con ello es incorporar el análisis moral en nuestras conversaciones, de modo que tome presencia entre los temas a considerar cada vez que alguien hable con nosotros. Por ejemplo, cuando discutamos un precio, no lo hagamos sólo en base al regateo, sino también a lo que consideremos justo. Incorporar la dimensión de justicia puede hacer que en alguna ocasión debamos pagar un poco más, pero en otras ocasiones nos protegerá de eso mismo.

Tal vez la conducta ideal respecto a nuestro entorno sería que –con prudencia y equilibrio– reprochemos a cada quien que cometa una falta ética. El reproche social debiera ser la primera barrera de la sociedad contra las conductas inapropiadas. Pero si alguna vez no nos animamos al reproche, al menos evitemos aplaudir a quién cometa una falta ética. Ya juntaremos más adelante valor para ser más activos y objetar activamente tales situaciones.

Y en todo momento, recordemos mantener la guardia alta respecto a posibles faltas propias. Tengamos cuidado en no caer en “ver la paja en el ojo ajeno, pero no el tronco en el propio”.

3.       Al igual que con el entorno, con nuestros hijos no basta el mero ejemplo. Para educarlos en temas morales es necesario conversar sobre ello, plantear a menudo cuestiones debatibles y preguntar cómo las resolverían. Esas conversaciones les permitirán identificar la dimensión moral de los temas y les darán experiencia en su análisis.

Para este análisis debemos proporcionarles pautas morales externas que puedan aplicar. Una decisión o acción está bien o está mal respecto a una pauta determinada previamente, y no sólo respecto al resultado concreto logrado. El relativismo moral intenta justificar los medios utilizados (las decisiones y acciones) según la bondad de los fines perseguidos (el resultado). “El fin justifica los medios” es el epítome de lo amoral.

Desde mi formación cristiana, los primeros listados de pautas morales que me vienen a la mente son los diez mandamientos y el listado de virtudes cardinales y pecados capitales, verdaderas guías morales que han orientado la conducta de muchas personas de bien. Aunque uno no aplique tales pautas con fervor religioso, no puede negarse que proveen un punto de partida para analizar muchas decisiones y acciones.

Valga aquí una digresión para repasar tales pautas:

Los Diez Mandamientos. La Biblia contiene dos enunciaciones de los diez mandamientos, en los libros del Éxodo y Deuteronomio. El actual catecismo de la Iglesia Católica (http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c3a3_sp.html#LOS) adapta su formulación a tiempos más recientes y los enuncia como sigue:

1.       Amarás a Dios sobre todas las cosas.
2.       No pronunciarás el nombre de Dios en vano.
3.       Santificarás las fiestas.
4.       Honrarás a tu padre y a tu madre.
5.       No matarás.
6.       No cometerás actos impuros (al cual la Biblia se refiere como “no cometerás adulterio”)
7.       No robarás.
8.       No dirás falsos testimonios ni mentirás.
9.       No consentirás pensamientos o deseos impuros (al cual el Deuteronomio se refiere como “no desearás la mujer de tu prójimo…”)
10.   No codiciarás los bienes ajenos

Al final del día, estos Diez Mandamientos se resumen en dos: amarás a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. En la práctica ello implica que cualquier decisión que tomes respecto a una persona cualquiera, que sea similar a la decisión que tomarías respecto a una persona que ames, muy probablemente será correcta.

Las virtudes y los pecados. Otro marco de referencia moral puede ser provisto por un listado de virtudes y pecados. La lista de virtudes cardinales provee una guía para orientar las decisiones y acciones. Ellas incluyen:
·         la prudencia (actuar con precaución para evitar posibles daños),
·         la justicia (dar a cada uno lo que corresponde),
·         la templanza (refrenar las pasiones, mantenerse en equilibrio emocional), y
·         la fortaleza (vencer el temor sin caer en la temeridad)

La lista de pecados capitales es sumamente conocida aunque no así las virtudes que se les oponen; así:
·         Al pecado de la soberbia se opone la virtud de la humildad, propia de una persona modesta, que no se cree mejor o más importante que los demás en ningún aspecto.
·         Al pecado de la avaricia se opone la virtud de la generosidad, usualmente entendida como la entrega de recursos (materiales, tiempo, atención, comprensión u otros) a otras personas sin esperar reciprocidad.
·         Al pecado de la lujuria se opone la virtud de la castidad, consistente no en la abstinencia sino en la moderación en el goce de placeres sexuales.
·         Al pecado de la ira se opone la virtud de la paciencia, actitud para sobrellevar cualquier contratiempo o dificultad con sosiego y sin perder el ánimo.
·         Al pecado de la gula se opone la virtud de la templanza, consistente en el dominio de la voluntad por sobre los instintos para asegurar la moderación y equilibrio en el consumo de bienes y goce de placeres.
·         Al pecado de la envidia se opone la virtud de la caridad, consistente en sentirse feliz por las cosas buenas que ocurren a los demás, generalmente tomando acción para que tales cosas buenas ocurran.
·         Al pecado de la pereza se opone la virtud de la diligencia, entendida no solo como proponerse metas y cumplirlas, sino también realizar las acciones tendientes a ello con esmero, cuidado y entusiasmo. 

Estos pecados “clásicos” suelen presentar actualmente otras facetas, tales como: la vanidad y arrogancia, la codicia, la infidelidad, la impaciencia e intolerancia, el consumismo y exceso de trabajo (workoholic), la adulación, y la pasividad; todos los cuales proporcionan abundantes oportunidades para conversar con nuestros hijos.

De la conversación sobre temas morales, la identificación de lo que está mal y puesta en práctica de lo que está bien, nuestros hijos tomarán valores, hábitos y actitudes que los acompañarán en su vida: responsabilidad, perseverancia, optimismo, honestidad, respeto, tolerancia.
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