A menudo mi abuela me decía que “nunca soplan buenos vientos para quien no sabe dónde va”. Creo que todos entendemos este refrán: necesitamos saber qué queremos (cuáles son nuestros objetivos) para poder alinear nuestras decisiones y acciones, y así poder alcanzarlos. No saber qué queremos nos hace perder tiempo y esfuerzo. A menudo hemos visto desperdiciarse a personas con mucho potencial, porque no saben hacia donde enfocarse. Como no queremos que eso ocurra a nuestros hijos, es importante enseñarles cómo establecer sus objetivos. Y eso tiene sus trucos. Yo tardé mucho tiempo en entenderlo, y quiero compartir lo que aprendí.
En mi adolescencia no tenía claro mis objetivos. Muchas veces me pregunté ¿qué quiero? Ser feliz. Aprobar el próximo examen. Que esa chica me preste atención. Ser abogado (ahora sé que por vocación, aunque alguna vez dudé si sería por seguir los pasos de mi padre). Las respuestas no eran satisfactorias, en el sentido que no me daban mucha orientación en la vida, más que para el corto plazo.
Me gustaría decir que en algún momento de mi juventud, mi inconsciente tomó prestados algunos objetivos usuales en esta sociedad. Lograr una buena educación, buenos amigos, reconocimiento académico, una linda familia, e ingresos relevantes. Otros objetivos –como lograr aceptación por un grupo determinado de amigos, éxitos deportivos, viajes varios, múltiples conquistas amorosas, premios en las artes, o similares– simplemente no estaban en mi lista de intereses.
Lo cierto es que no elegí a sabiendas, aunque pasados mis treinta años me di cuenta que estaba por el buen camino. Creo que hubo una cuota de suerte, porque yo no lo tenía claro al momento de comenzar mi viaje. Steve Jobs dijo en su memorable discurso en Stanford (si no lo vieron: http://www.youtube.com/watch?v=6zlHAiddNUY) que no se pueden conectar los puntos para adelante, que uno realiza actividades que no sabe cómo influirán en su futuro. Yo no estoy tan seguro. A mí me hubiera servido mucho tener una mejor idea de donde quería llegar, ya que me hubiera ahorrado desperdiciar enormes esfuerzos en actividades que no se relacionaban con mis objetivos, esfuerzos que podría haber evitado para disfrutar más el viaje, o que podría haber utilizado para aprovechar algunas oportunidades que ya no se volverán a presentar.
Con el tiempo me di cuenta que los distintos objetivos usuales en la sociedad actual pueden darnos algunas pautas generales, pero –como la ropa– tendremos que elegir los objetivos a nuestro gusto y talla. Tengamos cuidado con la elección. No creo que sea lindo llegar a la situación de aquel presidente de una relevante empresa alemana, que en su discurso de despedida dijo que “pudo subir la escalera hasta el peldaño más alto, sólo para darse cuenta al llegar que la había apoyado en la pared equivocada”. No es la única persona que ha centrado sus esfuerzos en objetivos que la sociedad reconoce, pero que uno mismo siente que no son los que a uno le gustarían.
¿Cuáles son mis objetivos? es una pregunta que tiene otra formulación más filosófica: ¿Cuál es el sentido de mi vida? Para averiguarlo es necesario hacerse esta pregunta periódicamente, prestar atención a tu corazón, y usar la cabeza. Y la cabeza puede ayudar mucho en esto.
Empecemos por el objetivo general. En mi caso, mi objetivo general es vivir una vida plena y feliz en varios aspectos (y aquí comienza la segmentación): como individuo, como marido, como padre, como profesional, en lo académico, en los negocios y en lo económico. Otros podrán agregar objetivos en los deportes, en la política, en viajes, y cualesquiera otras áreas que le dicte su corazón.
En cada segmento habrá que determinar los objetivos de largo plazo: donde quiero estar en 10 años o más respecto a cada aspecto relevante de mi vida. En mi caso, como padre quiero compartir con mis hijos actividades que les dejen buenos recuerdos y dar los pasos necesarios para convertirme en una persona de su confianza a quien puedan acudir para conversar temas que les preocupen. Como marido quiero compartir actividades con mi esposa que nos permitan mantener un proyecto común además de los hijos. Como individuo quiero cultivar la amistad con mis amigos y hacerme tiempo para mi hobby, leer. Podría seguir, pero creo que como ejemplo está claro.
Cuando tengamos claros los objetivos de largo, es necesario establecer los objetivos de corto plazo descriptos como actividades que puedan medirse. ¿Qué haremos este año para acercarnos a los objetivos de largo plazo? Volvamos al ejemplo de mi vida. Como padre voy a continuar llevándolos una vez por semana a arquería, a compartir lecciones de dibujo en casa, y a escribir este blog con reflexiones para ellos y nosotros. Como marido me propongo venir al menos dos días a la semana temprano de la oficina, a invitar a mi señora a cenar solos afuera al menos una vez por mes, y a hacer un viaje memorable en el año. Como individuo planeo almuerzos o cenas con amigos al menos dos fines de semana por mes, y leer todos los días un poco antes de dormir. Y así en los demás segmentos.
Vivir una vida plena y feliz como:
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Padre Marido Individuo etc.
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Largo Actividades Actividades Amigos
plazo memorables memorables Leer
Consejero Otro proyecto |
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Corto Arquería Temprano oficina Dos fines
plazo Dibujo Cena por mes semana/mes
Este blog Un viaje Leer antes dormir
Por supuesto que todo este proceso lleva tiempo y esfuerzo, para reflexionar y para armar varios planes hasta decir éste me gusta. Es que si nosotros no hacemos nuestro plan, seremos parte del plan de otros, y ese plan no será hecho con nuestros intereses en mira.
Este ejercicio debe realizarse periódicamente (yo lo hago todos los veranos, junto con el proceso de fijación de objetivos laborales en la empresa donde trabajo). Los objetivos variarán, los de corto plazo porque los hayamos completado, los de largo plazo porque cambien nuestros intereses o circunstancias, y tendremos que ajustar nuestros planes en consecuencia. Lo importante es que, controlando que nos mantenemos en camino, seguiremos avanzando.
Vale tener presente que tener los objetivos claros no sólo sirve para decidir qué hacer. Más importante aún, sirven para decidir qué NO hacer, evitando pérdidas de tiempo y esfuerzo que nos alejen de nuestros objetivos, resten sentido a nuestra vida, y finalmente nos dejen con una sensación amarga en el camino hacia nuestra realización personal.
Por mi parte, estoy conversando este proceso de fijación de objetivos con mis hijos, tratando que tomen conciencia de los diversos aspectos de su vida y vayan tomando algunas decisiones conscientes. Ellos tendrán que fijar sus propios objetivos en función de sus intereses. Por supuesto que aún tienen mucho camino por recorrer, pero –como cualquier hábito que pueda serles útil en la vida– es mejor comenzar temprano.
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