Días atrás nos reunimos con una familia amiga. De formación en ciencias duras él, persona brillante que siempre está resolviendo problemas prácticos; de formación en ciencias sociales ella; con dos hijas de 11 y 9 años. En la conversación surgió la pregunta ¿cómo hacemos para que las chicas lean? A pesar que nuestros hijos están bien encaminados en la lectura, en ese momento no supe cómo explicar cómo nosotros habíamos hecho frente a ese tema. Pero me quedé pensando en ello. ¿Qué consejos podemos dar?
1. Aprender a leer es como aprender a andar en bicicleta. Enseñar a un niño a andar en bicicleta es un proceso. Requiere mostrarle que otra gente anda en bicicleta, llevarlo uno a dar varios paseos, y hacerlo andar con rueditas. Cuando el niño adquiere el equilibrio y velocidad suficiente se saca una ruedita; más adelante se saca la otra; y lo acompañamos y alentamos hasta que lo veamos andando bien. Algún paso puede saltarse o requerir más tiempo y trabajo que otro, eso dependerá del niño. Y ningún niño nace sabiendo, ni escapa al proceso de aprendizaje.
Con la lectura ocurre una progresión similar. En nuestro caso, comenzamos desde que nuestros hijos eran muy chicos, contándoles cuentos a la hora de ir a dormir o durante algún viaje. Cuando estuvieron acostumbrados y tuvieron la edad suficiente para mantenerse enfocados, llegó el momento de leerles algunos cuentos. Al principio fueron cuentos cortos, que leíamos con entonación diferente para cada uno de los personajes principales de modo que pudieran distinguirlos claramente y se divirtiesen con nosotros. Los cuentos fueron creciendo en extensión y complejidad hasta llegar a leerles algunas novelas para jóvenes adultos.
En el transcurso de esas lecturas, los hacíamos leer uno que otro párrafo como condición para seguir leyéndoles. Y así, poco a poco, van adquiriendo la agilidad suficiente en su propia lectura para que una historia interesante tenga el ritmo adecuado que les permita leerla solos… sin rueditas.
2. ¿Qué bicicletas? Al igual que con el aprendizaje a andar en bicicleta, la lectura comienza con algo pequeño, fácil… con rueditas. Una posible progresión para la lectura sería comenzar con cuentos ilustrados, seguir con historietas gráficas (más fáciles de conseguir en quioscos de revistas que en librerías), continuar con libros ‘adornados’ (al estilo Gerónimo Stilton), y después abrirse a libros de diversa extensión. Por supuesto que esta no es una receta estricta. Cada familia y persona tendrá sus preferencias, algunas etapas podrán ser más cortas o largas y muchas veces serán simultáneas.
La clave está en encontrar los temas de interés de cada persona, para lo cual será necesario mostrarle una amplia variedad de alternativas. Seleccionado un tema de interés, habrá que probar con diferentes historias y autores hasta dar con aquellos de su preferencia. En nuestro caso, con hijos varones, las sagas de Harry Potter, Percy Jackson, Artemis Fowl, Eragon y los Juegos del Hambre fueron especialmente cautivantes. Otras sagas, como El Señor de los Anillos, Juego de Tronos, La Brújula Dorada, los cuentos de Asimov, y algunos autores clásicos de nuestra infancia (Verne, Salgari), no tuvieron éxito. Pero había que probar. En cuanto a revistas, Gaturro y viejos ejemplares de historietas publicadas en D’Artagnan, Nippur e Intervalo también aportaron lo suyo. El secreto está en encontrar ese primer libro que los apasione, de allí en más, continúan solos.
Esta fue la manera que funcionó para nosotros, pero no es la única. Por ejemplo, otras familias han logrado que chicos con mucho interés en algún tema en particular (algún deporte, juegos de computación, etc.) se acerquen a la lectura con material especializado. Por ejemplo, si les gusta el futbol, ¿por qué no comprarles revistas y diarios deportivos para que lean? Es una forma de estimular la lectura, a la que pueden seguir visitas a librerías para buscar libros sobre el tema.
3. Rutina de entrenamiento. Una vez que se aprende a andar en bicicleta, ésta puede utilizarse para varios fines: entretenimiento, transporte, deporte. Y con distintos grados de compromiso. No es lo mismo dar un paseíto el fin de semana que entrenarse para correr la Vuelta de Francia.
Cualquiera sea la intensidad con que quiera dedicarse a la lectura (o al ciclismo), lo mejor suele ser hacerse una rutina, comenzando por establecer un horario regular para la lectura. En nuestro caso, el horario de lectura se estableció antes de irse a dormir. En nuestra familia, al mantra “8 a bañarse, 9 a comer, 10 a dormir” se le agregó media hora más entre irse a la cama (a las 10) y apagar la luz (a las 10:30). Por supuesto que este horario tiene flexibles excepciones, sea porque compita con otras actividades (por ejemplo, continuar alguna conversación de la sobremesa de la cena), por las vacaciones, por alguna salida en familia, u otro motivo razonable.
4. El entorno. Siguiendo con el ejemplo de las bicicletas (estoy asombrado cuánto jugo se puede sacar a esta comparación), es mucho más fácil andar en bicicleta en un ambiente preparado que en uno sin preparar. Calles pavimentadas, carriles especiales para bicicletas, mucha gente utilizándolas, facilitan su uso.
En la lectura es igual: un entorno con buena luz y sin distracciones (televisión, radio, charla, etc.), abundancia de material a mano, y el ejemplo de otra gente leyendo, promueven la lectura de los chicos. Creo que es muy importante darles el ejemplo, que nos vean leer e incitarlos a que ellos adquieran hábitos lectores y poco a poco lo tomen como algo habitual. Creo que mientras más lean los padres y más libros haya en casa, más fácil será que un niño se interese por la lectura.
Por supuesto que ninguno de estos elementos es determinante (ningún entorno lo es) y que hay sobrados ejemplos de personas que son grandes lectores y escritores y que provienen de hogares en los que no se leía. Pero, en general, un entorno favorable suele conseguir mejores resultados que uno desfavorable. Por ello, siempre será útil cualquier esfuerzo en pos de mejorar el entorno: Si no hay un lugar u horario determinado para leer, hagan uno. Si en el hogar no hay muchos libros, visiten librerías en forma regular. Si ningún adulto en casa lee frente a los hijos, que al menos uno comience a hacerlo.
5. ¿Qué no hacer? En nuestra experiencia, hay ciertas cosas que no deben hacerse. Nunca se debe obligarlos a leer (por supuesto, salvo para cumplir las tareas de la escuela), ni usar la lectura como castigo, ni insistir para que lean material que no les gusta, o que retomen algún libro que dejaron a la mitad por aburrimiento. La lectura es un placer, y como tal debe tratarse.
Ello no implica que no se pueda negociar: por ejemplo, te doy tal permiso, si lees un libro que acordemos. Negociar (si lees, te daré algo que quieres) es muy diferente a obligar (si no lees, te castigaré).
Otro error común: en el afán de proveerles cantidad de material, no es inusual comprar colecciones de libros que sólo sirven para decorar bibliotecas. Creo que es mejor ser selectivo. Será mejor inversión comprar uno o dos libros que realmente gusten a los chicos, que comprar una colección de libros que nunca leerán.
6. Seamos creativos. Dependiendo la situación, podremos tener necesidad de explorar nuevos terrenos. A mi hijo mayor le costó dar el salto de libros cortos a libros largos. Resultó que tenía un problema en la vista, que en ese momento aún no le habían detectado y corregido. Para comprobar si era un tema de madurez que no le permitía engancharse con historias largas recurrimos a los audiolibros, que lo atraparon de inmediato. Son difíciles de conseguir (están muy difundidos en idioma inglés), pero es posible conseguir buenas grabaciones en español.
Es importante tener paciencia. Inculcar gusto por la lectura es una tarea de varios años. Un hábito no se desarrolla en unos pocos meses. Debemos fomentar en los chicos el hábito y el gusto por la lectura desde muy temprana edad para que sepan que leer es un verdadero placer.
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