La escuela como la conocemos hoy ha sido diseñada en
siglo XVIII bajo los conceptos de la economía industrial, con el objetivo de
proveer un cuerpo de conocimientos básicos y de reglas de conducta uniformes a
la mayor cantidad de gente al menor costo posible. Esta organización fue
excelente para proveer una alfabetización básica a la mayoría de la población y
preparar trabajadores que pudieran seguir instrucciones dentro de procesos bien
definidos.
Con el advenimiento de la economía de la información, la mayor
generación de riqueza ya no proviene de la elaboración de bienes tangibles
producidos por operarios industriales, sino de la generación de conocimiento y
prestación de servicios de alto valor agregado (intangibles) producidos por
profesionales con alta especialización. Esta nueva economía requiere una
educación mucho más profunda y especializada, donde es esencial educar personas
con flexibilidad, capacidad de diferenciarse, trabajar en equipo, y seleccionar
y procesar información cambiante y a menudo contradictoria.
Sin embargo, los contenidos, tecnologías, métodos e
incentivos del sistema educativo de la época industrial se mantienen hoy con
muy pocos cambios. Mientras los alumnos viven en un mundo con múltiples
pantallas (televisor, computadora, tablet, celular) y conexión continua a información
instantánea, la escuela pretende seguir educándolos
con tiza y pizarrón y evaluándolos en base a su memoria. Claramente la escuela
necesita cambiar, pero… ¿qué cambios necesita la escuela?